No sé por qué los controladores presentaron un escrito y más de mil firmas en el Congreso, comprometiéndose a no provocar ninguna situación conflictiva para que no se prorrogara la situación de estado de alarma. No dieron fechas ni adelantaron por cuánto tiempo. No sé por qué les molesta la prolongación del estado de alarma cuando hace unos días, un portavoz de su sindicato amarillo dijo que preferían estar bajo la jurisdicción militar que a las órdenes de Aena. Militarizados trabajan mejor, viven mejor, no tienen estrés ni enfermedades repentinas. La imagen de entrega y conciliación ya no cuela. No se sabe si debajo de la piel hay cordero. Como no son de fiar desde el acuerdo del verano, desde el intento de chantaje de la tarde de viernes, día 3, y del posterior sabotaje, el Congreso, a instancia del Gobierno, ha decidido que están bien como están y que tienen quince o veinte días para probar que han cambiado de actitud, que tienen voluntad de negociar. Si no negocian, laudo arbitral. Nunca han querido someterse a un arbitraje porque saben que sus pretensiones son desorbitadas. Bueno, son descabelladas y obscenas, por qué no escribirlo, si es verdad ese prolijo, documentado y clarificador informe que el ministro Blanco presentó en el Congreso. Los controladores no lo han desmentido. Aún así, porque esto es cosa de dos, el Gobierno tiene ahora la obligación de conseguir un acuerdo con estos controladores hasta que funcione el plan previsto de modificar todo el sistema laboral en control de navegación. Ya no podrá, política y moralmente, recurrir a otro estado de alarma. Entre otras cosas, porque los controladores han firmado un compromiso de normalidad. Como corderitos ¿O no?
