Cocine y sea feliz

Cocinar es, junto con la prostitución, una de las actividades más viejas del planeta. Pero hoy vamos a dejar a un lado la cosa esta de hombres y mujeres previo pago.

La cocina es un elemento capital de obtención de placer y, a su vez, una riquísima fuente de sensaciones positivas y benevolentes. Lo primero que hay que tener en cuenta, antes de acometer cualquier acción en este sentido es a quién se dirige una operación de esta magnitud; es decir, para quién se cocina. De entrada debo confesar que lo más óptimo es, sin lugar a dudas, lo que en Kuala Lumpur denominan waht xi tai, que viene a ser como la masturbación alimenticia; efectuar elaboraciones culinarias para sí mismo representa el grado máximo de felicidad humana. En el mismo sentido, comer solo, consigo mismo, es el nivel superior del estado del bienestar. ¿Cómo se puede –me pregunto- degustar un manjar amorosamente elaborado debiendo atender a otro u otros comensales que, además, pretenden mantener una conversación? A esta práctica se le conoce con el nombre de “disgustación”, en lugar del excelente término “degustación”.

Pero ya puestos y en el caso de que se tenga que cocinar para otros seres humanos, hay que plantearse cómo son, a qué se dedican y qué grado de cercanía mantienen con el cocinero y, una vez establecidos estos parámetros, uno planea el núcleo de su acción y se dirige al mercado, donde el placer y la estimulación de los sentidos empieza a florecer. Hay que ir a comprar con los elementos preestablecidos (la improvisación para el jazz…) o con un plan B por si los productos no se ofrecen o se hallan en un estado deprimente. Además, hay que acercarse al mercado, siempre, previamente comido, nunca antes. El hambre es el gran enemigo de la cesta.

Ya con todo lo necesario en la encimera, se procede a su elaboración. Se requiere un estado emotivo reposado y sin inquietudes de ningún tipo: sangre fría. A partir de este momento, frente a frente con los productos y los utensilios adecuados, el impulso y la intuición aparecen en el cerebro para efectuar una operación brillante, una actuación impecable. Las recetas a la papelera; la mente en estado puro de creación y el cuerpo tranquilo y relajado. De forma natural, la inteligencia surge a borbotones y las cuatro normas básicas para conseguir ligar los elementos disponibles, conocidas de antemano, se guardan en el armario de lo irreflexivo, tal y como se suele hacer con la respiración o el caminar.

El proceso de preparación y posterior cocción de los alimentos es, por naturaleza, lento (no me refiero a las ostras frescas y crudas o a las impresentables tortillas de huevos solitarios y desquiciados). Pero, si se acepta la forzada intemporalidad, la ilusión se acentúa y la emoción se dispara por doquier. Se imponen grandes momentos llenos de erotismo y creatividad, de suprema felicidad y de aparcamiento de nervios o psicopatías varias.

Disfruten apasionadamente de ser los protagonistas de este magnífico acto y, repito, si en el momento de engullir la interesante manipulación no hay más comensal que su propio cuerpo, mejor que mejor. Si están obligados a compartir manteles, intenten sufrir lo mínimo y aguanten como puedan las constantes interrupciones de sus invitados que, muy probablemente, establecerán comentarios absolutamente imbéciles y sin ningún ápice de buen gusto, por muy íntimos que sean. ¡Alabado sea el Señor!

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