El espectáculo que nos está ofreciendo la actitud y la actuación de Pedro Sánchez en las supuestas negociaciones con Unidas Podemos para una eventual investidura del líder del PSOE como presidente del gobierno y la posibilidad de que dicho gobierno sea de coalición con la formación de izquierda alternativa, constituye un ejemplo paradigmático de cinismo y desvergüenza.
La táctica básica de Sánchez en las (no)negociaciones, es la de poner condiciones inaceptables para luego, cuando no se acepten, decir que la culpa es del otro, con el agravante de pretender haber hecho una oferta generosa, nunca antes vista en política española. Se trata de exagerar hasta la náusea, a fin de hacer incomprensible para los ciudadanos la negativa de la otra parte.
Lo que pasa es que la oferta no es tal, sino un trágala de “esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas” y consiste esencialmente en la negativa a que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ni ningún otro miembro destacado de la formación, pueda formar parte del gobierno, como máximo alguna persona externa “afín” de perfil técnico. Y el gobierno no será de coalición sino de “cooperación”, curioso concepto, que intenta esconder lo que es una auténtica imposición que busca la sumisión o la negativa de Podemos.
Y se acusa a Podemos de querer hablar de cargos y no de programa de gobierno, cuando el PSOE es el primero que ha hablado de “no” cargos y vetos. Y cuando Podemos anuncia una consulta a las bases, el señor Sánchez reacciona haciéndose el ofendido, él que es el ofensor, y anunciando la ruptura de negociaciones, que es lo que probablemente quería desde un principio.
No cabe, en cualquier caso, sorprenderse demasiado de esta actitud de Pedro Sánchez. Hace tres años ya utilizó una táctica parecida cuando llegó a un acuerdo con Ciudadanos y después pretendió que Podemos le votara o, al menos, se abstuviera en la investidura, cuando sabía positivamente que una parte sustancial del acuerdo con la formación de Rivera eran por completo inaceptables para Podemos, y también, por cierto, para una parte de su propio electorado. Como finalmente el partido morado votó no, Sánchez, y sus voceros del PSOE y de la prensa, tuvieron la caradura de acusar a Podemos de la imposibilidad de formar gobierno y de tener que ir a unas nuevas elecciones, aunque le salió el tiro por la culata, porque el PP ganó escaños y el PSOE los perdió y, al final, un motín interno le echó de la secretaría general del PSOE y tuvo que dimitir de diputado para no abstenerse en la investidura de Rajoy, que había acordado toda la vieja guardia del PSOE, con Felipe González a la cabeza.
Ahora está muy gallito, confiando en las encuestas que predicen un avance electoral para él y un retroceso para Iglesias, con lo que parece claro que prepara un fracaso en la investidura, del que culpará a Podemos y unas nuevas elecciones, de las que cree que saldrá reforzado.
Y si el país lleva cuatro años de inestabilidad política, con ejecutivos débiles, con presupuestos prorrogados y sin una acción de gobierno decidida que acometa las reformas tan necesarias para todos los ciudadanos es un detalle que parece que considera secundario.
Así que todo indica que Pedro Sánchez desea, y tendrá, unas nuevas elecciones en noviembre. Será un ejemplo, uno más, de la incompetencia, la irresponsabilidad y la incapacidad de los políticos españoles de colocar el interés general de los ciudadanos, al que por cierto siempre aluden como bien supremo, así como de su falta de voluntad de llegar a acuerdos para formar gobiernos de coalición, que son absolutamente ineludibles cuando estás a 53 diputados de la mayoría absoluta.
Pero Pedro Sánchez haría bien en aplicarse la frase: “ten cuidado con lo que deseas, puede hacerse realidad”.