El 31 de enero a las seis de la tarde cierra el mercado de fichajes en Segunda B. Aunque parezca mentira muchos clubs esperan los últimos segundos para formalizar sus operaciones, bien sea para conseguir refuerzos o para colocar descartes. Los compradores creen que siempre hay algún desesperado que bajará el precio al ver que no consigue forzar la salida de sus mejores hombres, pero los vendedores trasladan el nerviosismo a los primeros convencidos de que acaban pagando o se quedan sin sus objetos de deseo. El clásico juego de regatear hasta que la ruleta deja de girar. Por otra parte un tanto absurdo porque a estas alturas nadie es tan tonto como para perder el tiempo en algo tan obvio.
El mes de febrero será invertido en adaptar a los recién llegados, si es que los directores deportivos han acertado en los recambios y, de hecho, se aprecian las mejorías perseguidas. Una vez alcanzadas las últimas diez jornadas se da el escopetazo al ¡sálvese quién pueda! de acuerdo con los objetivos de cada uno. No hay piedad para los cuatro últimos clasificados, entre los que ahora mismo hay dos de los cuatro equipos baleares, y el campeón se enfrenta a una eliminatoria, en el mejor de los casos, o a dos más en su empeño de alcanzar la categoría inmediatamente superior. Estos fichajes de invierno también obedecen a la intención de llegar a este lance con el mejor equipo posible, siempre subjetivamente hablando, porque la realidad es que el play off no tiene nada que ver, nada, con los 38 partidos anteriores.
Este campeonato es otra de la barbaridades mal reguladas en el fútbol español. Cuatro colistas descienden, pues cuatro campeones suben. ¿Que eso limita las opciones de un cuarteto entre 80 equipos?. Es su problema. Empiecen por devolver el número de participantes en segunda división A a los 20 originales y luego hablamos de la subsiguiente Tercera.