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Ciclistas criminales

Por Jaume Santacana
miércoles 20 de julio de 2016, 02:00h

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En cierta ocasión, el gran pensador nepalí Tow-Xi-Huang escribió en uno de sus libros que “el azar se mueve por azar”. La frase –que no es nada del otro mundo- contiene un profundo mensaje que, ahora mismo, no viene al caso pero lo cito para que ustedes se hagan una idea de lo diverso que es el planeta y lo variados que son sus contenidos.

Hace un par de días, la hija de un muy buen amigo mío fue brutalmente atropellada cuando salía de su lugar de trabajo. El suceso ocurrió en la ciudad de Barcelona, ciudad de Fiestas, Congresos y Bicicletas criminales. La chica atravesó la puerta del vestíbulo de su oficina y se dispuso a pisar la acera de la calle, amplia en aquel tramo, cuando un biciclista enajenado la embistió de manera atroz y la tiró brutalmente contra el suelo. El conductor del vehículo, un mamón de mucho cuidado, se dio cuenta de su fechoría, se apeó durante unos segundos de su máquina asesina y se inclinó hacia su víctima; la observó brevemente y comentó que no había sido nada para, a continuación, largarse sin más preocupación que ir a la caza de otro transeúnte. No dejó ninguna seña de identidad.

La hija de mi buen amigo quedó echada en el suelo, con gran dolor, hasta que un buen samaritano le prestó la ayuda necesaria y llamó a una ambulancia al percatarse de la gravedad del accidente. En éstas que el biciclista salvaje ya debía estar llegando a su destino, en el caso de que tuviera alguno. La chica sigue ingresada en la UCI de un hospital con el bazo destrozado y una multitud de lesiones –algunas de cierta importancia, como la de un brazo- amén de contusiones y magulladuras por todo el cuerpo.

No se trata de un hecho aislado: en los últimos meses, en Barcelona, ya se han producido tres muertes por el mismo sistema; todas ellas con los mismos ingredientes. Cierto que algunos ciclistas mueren arrollados por vehículos de más consistencia, motos, coches, furgonetas o camiones, pero eso no les da pie para que se tomen la venganza por su mano y se dediquen a pillar peatones a troche y moche.

Una cantidad de ciclistas urbanos opinan que las señalizaciones y las normas de circulación no van con ellos. La práctica totalidad de ciclistas no hacen el menor caso de los semáforos, instalados con el único objetivo de regular el tráfico vial, y se saltan a la torera todo aquello que está coloreado de rojo; y una gran cantidad de estos seres depredadores de la jungla ciudadana pasan de circular por la calzada (aun teniendo a su servicio un carril bici) y atraviesan, a toda leche, las aceras asustando a los viandantes y atacando a unos cuantos. Sus objetivos más claros son los ancianos, aunque si se tercia no les hacen ascos al resto de ciudadanos de a pie. No llevan matrícula alguna que los identifique por lo que su magnífica labor de disminuir la demografia urbana queda impune.

Creo, sinceramente, que ya es hora de que los mandamases municipales corten en seco tamaña barbaridad. O no lo contaremos.

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