El caso Julen mantuvo en vilo a todo el país durante trece interminables días. "No recuerdo un episodio como éste y dudo que vuelva a repetirse algo así", confiesa el cabo primero. "El operativo e infraestructura que se montó sobre la marcha, trabajando bajo una presión indecible, fue espectacular". Fue una obra de ingeniería de primer orden alumbrada en menos de dos semanas, el lado positivo de este drama. "Al margen de la tragedia que supone la muerte de un niño tan pequeño en esas condiciones, fue una demostración del alto nivel de los servicios técnicos y de rescate que tenemos en España".
Mineros, Guardia Civil, bomberos, Geas, gruístas, ingenieros, personal de apoyo de tierra... Todos los que allí participaron funcionaron en perfecta coordinación, aportando técnica y conocimientos desde sus respectivos ámbitos y con la precisión de un reloj suizo.
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RECLUTARON A LOS MEJORES PARA SACAR A JULEN DEL POZO
Nacido en Huelva, de 44 años, el cabo Soteras entró en el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña e Baleares en 2003. Desde entonces ha participado en infinidad de rescates en Baleares -entre ellos el de Malén Ortiz o María Pascual- y forma parte de una veintena de especialistas de élite de la Guardia Civil en microvoladuras. De hecho, días antes de la caída del pequeño Julen al pozo había estado realizando unas prácticas en una cueva muy estrecha y complicada en Ronda.
Su participación en el rescate del niño se ciñe a las últimas y decisivas 24 horas del operativo. Los días avanzaban y el cansancio era cada vez mayor, también para los dos expertos en microvoladuras que actuaban sobre el terreno en la última fase. Los mandos coordinadores pidieron refuerzos para sustituirles y el cabo Soteras se alistó. El jefe de su área, un teniente en Cangas (Asturias), le requirió y rápidamente activaron su desplazamiento. "Desde que me llamaron hasta que llegué al pozo de Totalán no pasaron más de cuatro horas", explica a mallorcadiario.com.
Primero voló hasta Jerez en un vuelo comercial y de allí le trasladaron en helicóptero hasta la zona cero. Le acompañaban otro efectivo del Greim de Baleares y otros dos especialistas en microvoladuras de Cantabria.
"Aterrizamos, hablamos con los compañeros que ya habían bajado y con los Tedax y en media hora, estaba dentro", cuenta. No hubo tiempo para reflexionar o ponerse en lo peor. "Estamos entrenados y programados para ejecutar. Asumes toda la responsabilidad y también los riesgos, incluído el de tu propia vida".
Él llegó, se empapó de toda la información del terreno, el Tedax preparó la carga y bajó. "Taladré, coloqué los explosivos e intenté que funcionase a la primera para no tener que bajar", narra. Concretamente, se encargó de la cuarta y definitiva voladura. Tras ésta, los mineros de la brigada de Salvamento Minero de Asturias avanzaron por última vez y hallaron el cuerpo del pequeño. Eran las 1.25 horas de la madrugada.
Fue el peor desenlace "pero cumplimos la misión, que era encontrar al niño", explica Soteras. "De todo ésto me quedo con el impoluto trabajo en equipo que sucedió allí. Fue una perfección de estímulos que te empujaban a concentrarte en lo tuyo y hacerlo bien, limpio". Si algún eslabón hubiese fallado, igual la tragedia hubiese sido mayor. "Claro, yo llevaba muchísimos explosivos en la mano y me bajaban a través de un tubo metálico por el que caía agua, piedras. Un mínimo error y me habrían sacado a cachitos", confiesa.
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UN AÑO DEL CASO JULEN
La pesadilla comenzó hace ahora un año. Los padres de Julen acudieron a la finca de un primo para hacer una paella al aire libre. Mientras los hombres colocaban las sillas, la mesa y hacían fuego, las madres se encargaban de los pequeños: Julen y otra niña.
La madre de Julen,
Victoria García, se sintió indispuesta y pidió a su marido,
José Roselló, que se hiciera cargo del niño. En un momento de despiste, el crío se metió en
una zanja de poca profundidad y echó a correr. El padre salió detrás de él hasta que el pequeño, según declaró, desapareció delante de sus ojos. Siempre ha mantenido que vio cómo la tierra se lo tragaba a través de un pozo de prospección de agua de cien metros de profundidad y tan sólo 25 centímetros de diámetro. Un agujero, a primera vista,
minúsculo por el que difícilmente cabía un niño. Por desgracia, el episodio evidenció lo contrario y puso en alerta al resto del país de una
cuestión hasta el momento desapercibida: la del
riesgo de cualquier cabidad en la naturaleza, por pequeña que sea, para la vida de personas.
Un juzgado de Málaga se hizo cargo de la investigación del caso y el próximo 21 de enero comenzará el juicio contra el un único imputado, David Serrano, propietario de la finca.
Serrano está acusado de homicidio imprudente al no haber sellado el pozo de prospección de agua. Se enfrenta a tres años y medio de cárcel, además de una indemnización a los padres de Julen y otros 700.000 euros que costó el rescate y que le reclama la Junta de Andalucía.