Acabo de escuchar el audio en el que se oye nítidamente al que fuera director del Centro Cardenal Cisneros -un centro privado adscrito a la Universidad Complutense que depende de la Comunidad de Madrid- hablar de como “se le ponían facilidades” a Pablo Casado para aprobar la carrera, relatando como aprobó media titulación en cuatro meses coincidiendo con su estreno como diputado autonómico por el PP y reconociendo abiertamente como “Aguirre y Leguina llamaban para que Casado terminara la carrera”. Le creo, y perdónenme por no respetar la debida presunción de inocencia, pero mentiría tanto si dijera que no le creo como si manifestara que no siento más que profunda indignación e incredulidad.
Reflexionando sobre todo ello me he dejado arrastrar por mi mente hasta un episodio de mi infancia que viene a reforzar una idea que nunca como hasta ahora quise creer: la realidad de los tratos de favor flagrantes que se dan en nuestra sociedad.
Les cuento: de niño jugaba al fútbol en el colegio La Salle. A la edad de 13 o 14 años vino un día a entrenar una chaval de raza gitana llamado Serafín, era la típica prueba que se le hace a un jugador antes de ficharle. Bueno, pues el tío era un portento. Delantero potente y técnico, marcó un montón de goles y dio un recital en ese entreno. Recuerdo que cuajé bien con él en el partidillo, combinamos varias veces y me maravilló tanto que pensé que los responsables del equipo iban a incorporar a ese chico sin dudarlo: era buenísimo, mejor que cualquiera de nosotros.
Al cabo de pocos días apareció otro chico para probar. Venía de jugar a lo que llamábamos “futbito” en su colegio privado. No había pisado un campo grande como el de La Salle en su vida. Zurdo, algo torpe y muy perdido. Francamente, en ese momento estaba muy lejos del nivel medio del equipo.
Bueno, pues ya se lo pueden imaginar, la ilusión de jugar de nuevo con el tal Serafín no se materializó jamás. No lo volví a ver hasta uno o dos años más tarde, -siendo yo jugador de la Penya Arrabal-, en un partido contra el colegio Cide, club que sí supo valorar su potencial. Al final de ese partido andamos hablando los dos hasta el túnel de vestuarios, ahí se hizo presente una sensación de respeto mutuo, nos buscamos el uno al otro con complicidad. No he vuelto a coincidir con él. Solo sé que fue convocado con la Selección Española de fútbol sub-15 -sí, han leído bien-.
Al zurdo lo ficharon y lo pusieron de titular siempre, yo “chupaba” banquillo. Como niño no entendí nada de aquello, y aun me cuesta, pero haré el esfuerzo: uno era un chaval humilde con su talento como único aval, mientras que el otro era un Casado de turno con el aval de su padre, que no fue otro que materializar el patrocinio del club a través de su empresa. No voy a ponerle más adjetivos a esto de los que ustedes tienen ahora mismo en la cabeza, solo decir que lo que no comprendo es como si la vida me lo puso delante a tan temprana edad, aún hoy sigo indignándome con los casados de la vida.
Saludos Serafín, crack.