En la era del criterio y la transparencia que Utz Claassen reclamaba antes de invadir el accionariado del Mallorca escondido en el caballo de Troya que le construyeron Pedro Terrasa y Gabriel Cerdá, fue traspasado Marco Asensio al Real Madrid en una de las operaciones más opacas que se han firmado jamás en Son Moix y ha habido unas cuantas. Mientras Serra Ferrer exigía acometer una ampliación de capital de cinco millones de euros, la mayoría restante se impuso e impuso un incremento de solo dos millones y los tres que seguían haciendo falta los pagó Florentino Pérez por el jugador. Si a alguien no le cuadran las cifras, piense que, representante del mallorquín aparte, hubo hasta tres comisionistas más, sin contar a Rafa Nadal que se limitó a recomendar el fichaje de la joya de la corona. Ahora que la carrera de la perla emprende un rutilante camino, no está de más poner las cosas en su sitio.
Aunque leerán toda clase de interpretaciones y saldrá más de un descubridor y un montón de profetas del pasado, no hay más que una verdad. Una vez más corroboramos que el más honesto fue el chaval de Peguera, un antidivo total que tiene en su humildad la mejor de sus virtudes, incluyendo las futbolísticas. La prensa alemana se hace eco de las palabras de un directivo del Bayern que afirmó que “a quien fichó a Marco Asensio por tres millones y medio, habría que hacerle un monumento”. Fueron algunos miles más, aunque no todo el desembolso acabó en la tesorería mallorquinista. De todas formas el homenaje a la inversa habría que haberlo hecho a quienes lo regalaron debido a las circunstancias apuntadas. Sin embargo el último estertor de la afición se exhaló mucho antes, en aquella manifestación que recorrió el Born hasta el Consulat de la Mar cuyas reivindicaciones no duermen el sueño de los justos, sino de los tontos.