The Guardian publicaba ayer un reportaje sobre cómo está funcionando la prohibición del burka en Francia, donde, como sabemos, desde el pasado mes de abril no se puede salir a la calle con estas prendas que impiden ver la cara de su usuaria. ¿Qué resultados se están registrando tras estos meses? Primero los datos: hasta ahora hubo cien sanciones por el uso de estas prendas, de las cuales nueve en París y el resto, fuera de la capital. Sólo la policía puede presentar las denuncias ante el juez, que es quien las tramita. De todos los casos señalados, únicamente diez se han traducido en sanciones, que aún están en tramitación. Todo esto es el aspecto administrativo: ¿cuál es la realidad más profunda que detectan los reporteros? Pues que los hombres con los que conviven estas mujeres, prefieren prohibirles salir de casa, antes que dejarlas ir sin el niqab o el burka. O sea que todo apunta a que nos está saliendo peor el remedio que la enfermedad, salvo que quienes defienden la sanción por estos motivos en realidad quieran que las mujeres estén presas en sus casas. El titular del reportaje resalta la nueva realidad: encerradas, antes que libres pero tapadas. El problema, pues, no era el uso del velo, sino el sometimiento de la mujer al hombre; si les hubiesen obligado a usar pendientes verdes, el problema seguiría siendo el dominio de las unas por los otros y no el pendiente. Se trata de un problema muy difícil de delimitar, de certificar y, por supuesto, de sancionar. Las humillaciones, el sometimiento, la falta de libertad, no figuran escritas en la frente de nadie, pertenecen a un ámbito al que el Estado tiene grandes dificultades para acceder, por lo que hasta ahí hemos podido llegar. Supongo que Francia no contempla ahora establecer que todas las mujeres tengan que salir de sus casas una vez por semana. No es un tema simple, pero antes de tomar medidas como las señaladas, a mi entender, había que haber evaluado las consecuencias probables. El resultado a mí y a cualquier persona sensible le tiene que parecer peor, nefasto, lamentable; aunque para algunos irresponsables siempre queda aquello de “ojos que no ven...”
