Ben invisible
miércoles 12 de marzo de 2014, 18:55h
Dice el refrán que la cabra tira al monte. Aunque quien más sabe de cabras y de montes en este govern es su vicepresidente, lo cierto es hoy que me referiré a su jefe.
Ha bastado con que los pintorescos grupúsculos a la derecha del PP comenzasen a plantear la supresión de las comunidades autónomas y el retorno a una idílica y austera España centralizada -no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió, que cantaba Sabina-, para que nuestro president, que tiene pánico a perder votantes por su derecha, se haya aprestado a reabrir el demagógico debate de la supresión de los consells insulares.
Reza la publicidad del Consell de Mallorca que "som ben transparents", aunque, si nos atenemos a las propuestas de Bauzá, realmente, más que transparente, lo que quiere es que el consell sea "ben invisible".
Más allá de cultivar con denuedo, cada vez que tiene oportunidad, su enemistad con Maria Salom y con los restos mortales del PP regionalista, Bauzá en realidad no quiere eliminar ningún consell, ni empresas públicas, ni gaitas. Todos los partidos grandes necesitan enormes estructuras administrativas para camuflar a sus enchufados y contentar a sus alcaldes, para que luego éstos no le salgan rebeldes y no le afeen su querencia a embestir todo aquello que contenga las dichosas cuatro barras de Wifredo el velloso.
El molt honorable no tiene empacho alguno en pasarse el Estatut por el forro de su cornetín de órdenes e inventarse aquello de que para reducir la administración y evitar la duplicidades hay que acabar con los consells. Ignora, el boticario por antonomasia, que fue su partido el que inventó engendros como el denominado Consell de Formentera, paradigma, por lo que se ve, de su concepto de la eliminación de redundancias y ablación de órganos inútiles.
Al contrario de lo que él piensa, el resto de consells insulares son administraciones bien valoradas por los ciudadanos y que, si ostentasen las competencias que el Estatut les atribuye, el que iba a tener que reducir su tamaño considerablemente es el govern que él preside.
Nadie en su sano juicio pone en duda que hay que hacer más eficientes todas las administraciones y acabar con las duplicidades, pero eso no pasa por disolver los consells, que es la moto que se nos quiere vender. Los consells no son diputaciones provinciales -perfectamente prescindibles-, porque entre una provincia y otra a lo sumo hay un cartel que reza bienvenido a Ciudad Real, o a Málaga, o a Badajoz, pero entre las islas hay algo que se llama mar y que no sólo nos complica y encarece las comunicaciones entre nosotros, sino que, sobre todo, hay ido labrando a lo largo de los siglos una idiosincrasia propia, en Balears de una forma más acentuada que, por ejemplo, en otros archipiélagos como Canarias. De manera que el concepto geográfico y político de lo "balear" tiene escasa traducción en lo sentimental, lo etnológico e incluso matiza profundamente la uniformidad cultural. Nuestras islas son pequeños mundos y una administración general de cada una de ellas es imprescindible para resolver cuestiones intrínsecamente insulares, como la cultura, el territorio, las carreteras, la promoción turística -cada una de las Balears se ha comercializado siempre como un destino distinto- y muchas otras cuestiones en las que el marco de referencia es la isla y no la comunidad autónoma.
Para que me entiendan, las islas lo son desde el plegamiento alpino en la era terciaria hace más de 30 millones de años. La comunidad autónoma nació el 25 de febrero de 1983.