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Bélgica y Alemania, paraísos penales

viernes 25 de mayo de 2018, 08:53h

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El ecologismo mallorquín sufre pensando en el 'efecto llamada' que el crecimiento espectacular del arrendamiento vacacional pueda tener sobre el inmenso mercado turístico europeo. Piensan que la isla está al borde del desborde y que vamos a tener que acabar circulando de canto ciclistas, coches de alquiler e indígenas. Si pasamos por el filtro adecuado sus exageraciones, quizás no les falte razón.

Sin embargo, creo que belgas y alemanes están todavía demasiado tranquilos con el mensaje que sus tribunales están enviando al resto de Europa. Se comienza dando amparo a asesinos etarras, luego a un alto traidor -en España, mero rebelde o sedicioso-, y se continúa alojando en lujosos hoteles a toda su cuadrilla de subalternos; entonces, se da el salto a un primer delincuente común y, siguiendo la lógica de esta espiral suicida, se puede acabar siendo anfitrión perpetuo de todo lo mejor de Son Banya. Porque, en el peligroso juego de la 'ruleta europea', en el que unas naciones hacen imperar sus arraigados prejuicios contra otras sobre la -inexistente, por otra parte- lealtad entre socios comunitarios, la bala está apuntando al corazón de la Unión.

Y, por supuesto, los españoles también tenemos prejuicios, aunque hasta hace poco éramos la nación más europeísta del continente. Porque, claro, si la pertenencia a la UE nos supone, en nuestras hermosas costas, sufrir estoicamente la presencia de trileros rumanos, butroneros búlgaros, mafiosos de la antigua Alemania oriental, bandas neonazis de la occidental, pedarastas belgas o austríacos, violadores británicos, estafadores italianos, blanqueadores de dinero negro nórdicos y toda la ralea de lo más granado del continente, al menos, debiera otorgarnos la gracia de que podamos recuperar a nuestros propios delincuentes, tales como etarras, sediciosos y hasta algún bocazas rematadamente imbécil que tenemos paseándose por la civilizada Europa central.

De lo contrario, lo mejor sería devolver a su origen toda la delincuencia importada o, casi mejor, enviársela con atento oficio a nuestros amigos el Rey de los Belgas y Frau Merkel, para ver si sus tribunales siguen siendo entonces tan garantistas, escrupulosos y demócratas, o si, por el contrario, rememoran lo que fueron en pasadas épocas bajo los designios de Leopoldo II o de Adolf Hitler. Porque, puestos a mirar los pecados del pasado de otros miembros de la Unión para desacreditarlos internacionalmente -como hacen ellos constantemente-, quizá fuera mejor que Bélgica y Alemania se quedasen calladitas.

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