Si a alguien le sorprendió la contundencia policial en la disolución de la manifestación coactiva del 25S, que piense que en cualquier país civilizado de Europa la mera convocatoria de una movilización para asaltar el Congreso, “obligar” al gobierno y al jefe del estado a dimitir, disolver las cámaras y sustituirlas por una forma de democracia “popular” habría sido reprimida con la mayor dureza. No les digo ya, si el envite se hubiera producido a las puertas de la Asamblea Nacional francesa. Las CRS se habrían puesto las botas de repartir leña. Se ve que Francia sólo es ejemplo para lo que conviene.
Algunos no se enteran. La democracia tiene sus templos y su liturgia. Poner en jaque la sede de la soberanía del pueblo es intentar cargarse directamente el sistema. Y el sistema tiene la obligación, el derecho y las prerrogativas para defenderse, faltaría más. A porrazos, si es necesario.
El supuesto carácter pacífico de algunos manifestantes les descalifica aún más. ¿O es que no se habían leído la convocatoria de los organizadores? Por cierto, eso de implantar una “democracia popular” me da escalofríos, porque sé perfectamente que significa el apelativo “popular” a continuación de la palabra “democracia”. Y, si no, que se lo pregunten a chinos, coreanos del norte o cubanos. De inocencia y pacifismo, nada. Si uno está indignado y quiere manifestarse está en su derecho –salvo que viva en una “democracia popular”, claro, en cuyo caso el “pueblo” lo arrestará y lo enviará a una cárcel “popular” a pudrirse “popularmente”-, pero acudir a reuniones de asaltantes del Congreso y esperar que la policía les reciba con confites y caramelos es ser, directamente, gilipollas.
Lamento, cómo no, que se hayan producido heridos, especialmente entre aquellos que estaban defendiendo el orden, pero a veces parece que el lenguaje políticamente correcto y el buenismo zapateril se ha contagiado a toda la población y que pretendemos que el uso de la violencia no sea violento. En definitiva, no podemos tolerar ver a dos vecinos nuestros dándose porrazos, y tendemos a calificar de chiquilladas propias de la juventud las actuaciones de elementos tremendamente violentos, manejados por organizaciones con ideología bien concreta que, no se engañen, son unos verdaderos fascistas aunque en sus ropas lleven estrellas rojas o una a mayúscula en un circulito. Pero, claro, son los guerreros “populares” que nos van a salvar a usted y a mi.