Pobre Wert, cada vez que abre la boca sube el pan o se producen desastres de toda índole. ¿Quién mandaría a Rajoy ponerle de Ministro de Educación?, él que es todo un sociólogo-tertuliano de primera que lo más cerca que ha estado en su vida del mundo educativo fue en tiempos de Franco, cuando ocupaba un pupitre en el
madrileño colegio del Pilar.
Ayer no se le ocurre mejor idea que afirmar que iba a españolizar los niños de Cataluña, que, por lo visto, van por libre en esto de españolizarse y no se españolizan suficientemente.
La última vez que alguien convirtió en verbo el gentilicio de un país –germanización- la cosa terminó más bien mal para unos cuantos millones de europeos.
Además, el muy incauto no se ha dado cuenta de que, sin querer, se ha metido en un buen lío, pues se ve que el día que explicaron lógica aristotélica debía tener paperas. A ver, si aceptamos la tesis pepero-socialista en virtud de la cual los catalanes son total, plena y genuinamente españoles, no veo contradicción alguna entre ser catalán, pensar en catalán, estudiar en catalán, sentirse catalán y ser español. Wert acaba de afirmar que ser español y ser catalán son cosas bien distintas y propone algo así como una doble nacionalidad. Ni Carod-Rovira en sus mejores tiempos lo hubiera dicho más claro.
Lo que ocurre, mis confusos lectores, es que, para Wert, ser español es hablar sólo en castellano, comer churros, chorizo, lechazo o pescaíto frito, ser forofo del Real Madrid o del Betis –es un poner-, disfrutar con los pases de José Tomás y con los pasodobles y, por supuesto, despreciar al vecino, algo intrínsecamente español.
Si uno se desenvuelve hablando en catalán –patrimonio de todos los españoles, según el artículo 3.3 de nuestra (¿su?) Constitución-, no le gustan los toros ni el flamenco, pero sí los castellers y la sardana, come botifarra amb seques y al pisto le llama sanfaina, entonces es que es un mal español, y necesita reespañolizarse urgentemente en un campo de reespañolización y descatalanización.
No entienden nada. Es esta visión ibérica como el trasunto del imperio castellano la que resulta tan repulsiva para los demás españoles –todavía- que no formamos parte de la España supuestamente fetén y que, sin embargo, nos gustaría continuar siendo españoles sin que ningún bobo nos dé lecciones de españolidad. Ciertamente, no sé por cuánto tiempo más, todo tiene un límite. Por mi parte, continuaré hablando catalán, o sea, mallorquí, llamando foraster a la lengua castellana, comiendo frit y arròs brut, y animando a nuestro Mallorqueta, rojo y negro hasta que me muera. Les aseguro que si así puedo seguir siendo español lo celebraré y trataré de sumar con gallegos, vascos, catalanes, castellanos, andaluces y demás, luchando, a la vez, contra aquello que creo que es una injusticia histórica con nuestra comunidad. Pero, si para ser español, tengo que renunciar a mi identidad, cambiar mi lengua, aportar más y recibir menos que los demás y, encima, ser despreciado, entonces, con dolor en el corazón, amigo Wert, le sugiero a usted y a sus correligionarios que se metan su concepto de españolidad por dónde cargan los carros. ¡Ojú! qué difícil nos pone esta tropa esto de seguir siendo españoles.