Entre las distintas celebraciones que tendrán lugar en estos próximos días, creo que me quedaría un año más con la Nochebuena, la Navidad y la noche de Reyes. En cambio, posiblemente dejaría un poco al margen la Nochevieja, pues debo de reconocer que mi relación con el último día del año ha sido desde siempre un poco conflictiva y extraña.
De todas las conmemoraciones festivas universales, es quizás la del 31 de diciembre la que me produce desde niño una mayor sensación de nostalgia y de melancolía, una sensación que estoy seguro de que comparten muchísimas personas más en casi todos los países y todas las latidudes del mundo.
Estoy pensando ahora mismo, por ejemplo, en todas aquellas personas que en Gran Bretaña o en Estados Unidos cantan cada Nochevieja la popularísima canción Auld Lang Syne —Por los viejos tiempos—, tal vez en Piccadilly Circus de Londres o quizás en Times Square de Nueva York, mientras miles de fuegos artificiales iluminan ambas metrópolis.
Esa hermosísima composición, inspirada en un poema del siglo XVIII escrito por el poeta escocés Robert Burns, se inicia con una pregunta que, seguramente, casi todos nos habremos hecho en alguna ocasión, la de si deberíamos de olvidarnos o no en nuestro presente de los viejos amigos y de los viejos tiempos.
Por fortuna, en la estrofa siguiente se aboga por el recuerdo y la memoria. «Por los viejos tiempos, amigo mío./ Por los viejos tiempos./ Compartiremos una copa fraterna/ por los viejos tiempos». Es cierto que, en principio, no se brinda por los tiempos futuros, aunque en el fondo haya también implícito en este tema un mensaje de solidaridad, de ilusión y de esperanza.
En Auld Lang Syne se brinda, sobre todo, por los tiempos en que fuimos jóvenes, en que amamos y fuimos amados, por los tiempos en que tuvimos amigos eternos y en que fuimos descubriendo poco a poco las alegrías y también las tristezas de la vida, de nuestras propias vidas.
La letra me parece no sólo muy bella, sino también muy oportuna para ser cantada en la última noche del año, porque, en realidad, nunca sabemos cómo serán los 365 —o los 366— días que a priori tenemos ante sí, aunque momentos antes hayamos expresado de corazón nuestros deseos y anhelos de que sea el mejor año posible.
Para no pocas personas de todo el mundo, este próximo 2024 será, sin duda, un gran año, y seguro que también lo serán muchos de los años que vendrán a continuación para esas mismas personas.
Pero resulta imposible no recordar hoy, con gratitud y amor, a todas aquellas personas que conocimos y que no se encuentran ya entre nosotros, o pensar, con empatía, en aquellas otras personas que ahora mismo están pasando sumas dificultades a todos los niveles.
En realidad, más que celebrar únicamente la llegada del Año Nuevo con Auld Lang Syne, que también, deberíamos de celebrar siempre la llegada de cada nuevo día que vivimos, de cada día que estamos en el mundo, para que ese futuro que ahora mismo se nos presenta aún algo incierto, forme también parte, algún día, de los viejos tiempos.