Antes de que sea tarde

El mes de agosto se despidió de nosotros al ritmo acompasado de un Réquiem, entre lágrimas.  David Grimaldos no pudo esquivar a la Parca y ésta le truncó repentinamente una velada prometedora. La noticia del joven electrocutado en Mallorca corrió como la pólvora y toda la prensa nacional volvió de nuevo sus ojos hacia nuestra isla, aunque la mayoría ya sepa dónde está Magalluf en el mapa y pocos los que ubican Bunyola. Todas las variables semánticas de la escatología se mezclaron en el más repetido titular del suceso, reparando poco en el entorno al que el azar gastó la peor de las pasadas, como inmunizados por la frecuencia con la que el ocio y la muerte se mezclan en esta ruleta rusa.

Su familia, amigos y vecinos de la Soledad combinaron rabia e indignación en su despedida, reclamando una justicia, que no le traerá de vuelta, pero que les aportará el alivio de creer que su pérdida no ha sido en vano y que nadie volverá a sufrir una desgracia en parecidas circunstancias. Lo peor es que ese consuelo no se cristalizará sólo con la imputación de Jaume Isern o de sus técnicos municipales, ni tendrá solución duradera cuando haya escampado la tormenta. Los alcaldes han puesto enseguida sus barbas a remojar, pero los mermados presupuestos municipales y las exigencias del día a día ocuparán el espacio reservado para la conciencia.

En este país, acostumbrado a tapar la acequia al día siguiente de que se ahogue alguna persona, nos gastamos el dinero de la prevención en financiar sindicatos o patronal, porque las reparaciones consumen el resto del presupuesto destinado a mantener el sistema. La fatalidad nos sobrecoge y moviliza, pero no hay recursos ni voluntad para ponerle barreras duraderas. Las ochenta y dos personas que murieron abrasadas en la discoteca Alcalá 20 provocaron que los bomberos se apostaran frente a las salas de fiesta y se practicaron simulacros durante semanas, pero no pudieron evitar que, treinta años después, cinco chicas murieran en el Madrid Arena y los recintos multitudinarios sigan pareciendo ratoneras. Así como los violentos no se suicidan antes de atacar a sus víctimas, prometemos enmienda  al día siguiente de una tragedia en lugar de haberlo hecho la víspera.

Algún ‘predeterminista’ se resignará, creyendo que el destino ya está escrito, pero los renglones torcidos de Dios pueden enmendarse y esa función no está sólo en las manos de quienes gobiernan. La responsabilidad de la denuncia y el castigo electoral a quienes no las atiendan, sumado a la iniciativa de la justicia, no evitarán que los accidentes se produzcan, pero minimizarán su reiteración por culpa de la amnesia.  A David  no le devolveremos la vida que le hurtó una conexión incorrecta, la dejación o la falta de previsión pública, pero le debemos a él y a todos sus seres queridos que no pasemos página, haciendo borrón y cuenta nueva.

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