Año nuevo y los cerros de Úbeda

Quienes me conocen saben que no conservo artículos enlatados para ocasiones como esta, lo cual tiene sus desventajas. Escribo siempre al galope de la actualidad y eso, un primero de enero, resulta duro, porque, aunque el pasado haya sido un año amorfo y con malafollá, en su Nochevieja íntima seguramente anoche ustedes agarraron en casa un medio pedo tonto, de esos que ocurren cuando uno no prevé de antemano la circunstancia y, de repente, se da cuenta de que, entre blanco, tinto y cava, se ha trincado una botella él solito mientras degustaba los canapés de salmón salvaje. Total, que hoy van a dormir hasta las tantas y, cuando amanezcan, estarán más pendientes de encontrar el Alka-Selzer que de leer la prensa, hoy exclusivamente digital, como es ya tradicional, mientras en la caja tonta suenan los acordes huecos de un inédito concierto de Año Nuevo con la Sala Dorada del Musikverein de Viena totalmente vacía de público y con las palmas de la Marcha Radetzky grabadas en Dolbi-Digital de otros años.

Mi editor y un servidor tenemos la teoría de que para que a uno le salgan con cierta regularidad algunos artículos de los que quedemos medianamente satisfechos -satisfacción que dura solo unas horas, porque la prensa es tan frugal y fungible como un yogur-, inevitablemente tenemos que perdernos de vez en cuando por los cerros de Úbeda. Lo que jamás había puesto en práctica hasta el día de hoy era lo de perderme de forma consciente y voluntaria.

Escribir es, sobre todas las cosas, un vicio, como el de meterse el dedo en la nariz en los semáforos. El vicioso no descansa hasta que embadurna la hoja en blanco con el producto de sus obsesiones, lo cual es a la vez síntoma de su locura y terapia reparadora. Normalmente, escribo de noche, a eso de las cinco de la madrugada, y lo mejor es que lo hago en segundo plano, como las actualizaciones del ordenador. Quiero decir que no es que me levante y me siente delante de la pantalla -mi santa, de esta, me desahucia-, sino que mi cabeza está ya tan atropellada que, en lugar de soñar con Monica Bellucci o Scarlett Johansson, escribe artículos mientras se halla en fase REM, con lo que, al levantarme, no puedo ni desayunar antes, tengo que escribir en pijama o me olvido por completo de las galeradas que mi Mr. Hyde particular me redacta de madrugada.

La pandemia está disparada, el Reino Unido ha consumado su ridículo histórico y se avista en el horizonte la turra de las elecciones catalanas, pero hoy no me apetecía tocar ninguno de estos apasionantes asuntos. Por una vez, me he perdido, a conciencia, por los cerros de Úbeda, ejercicio que les aconsejo practiquen no solo metafóricamente, porque la ciudad ebdetense es bellísima y conforma con Baeza un conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad. Que tengan ustedes un felicísimo año y mucha salud.

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