La historia de Baleares desde los años 50 del siglo pasado se caracterizó por el cambio de la casta predominante: els amos i els senyors. Desde siempre, la mejor parte de la herencia se adjudicaba al hijo mayor, que pasaba a ser es senyor. Justo el que habría recibido educación. La herencia es una institución de derecho romano que se ha mantenido, casi inalterable en nuestras vidas desde hace 2000 años. Solo cabria resaltar el cambio que se originó con la Constitución española de 1987 que igualó en derechos a todos los hijos del mismo padre, fueran o no legítimos o reconocidos. Pero la historia que quiero contar, para provocarle y para que reflexione sobre nuestra realidad social, empieza en esos años en que el heredero recibía las tierras de cultivo y la finca, es decir, sa possessió. Mientras el heredero se amargaba intentando salvar la finca de sus padres, a los otros hijos, los bordes, las hermanas monjas, los más tontos, els nebots i los que pintaban menos, a esos, se les dejaba en herencia las peores tierras: la marina. Allá donde ni siquiera hay conejos. Solo carritx i piedras, alguna lagartija y ratas. Esas tierras baldías que no valían nada….hasta que llegaron los agentes de turismo de los países del norte de Europa buscando hoteles para alojar a sus clientes. Y como no había hoteles suficientes, había que construirlos. Y dónde, pues lo más cerca de la playa. Pues eso, en la marina. Y ya ven al pobre heredero escuchando la oferta del extranjero, cargado de millones y que le ofrece el oro, el moro, la mora y todo lo que se puedan ustedes imaginar a cambio de nada. Si de nada ya que ese era el pacto. Usted me deja construir en su solar. Yo pago la obra y el hotel es suyo. Yo lo exploto en exclusiva los próximos 30 años y le pago el precio que yo quiero. A los 30 años, el hotel será todo suyo. Y volvemos, si quiere a renegociar. Y Así fue. Una generación de casta inferior, según la casta del heredero mayor, cada seis meses cobraba en pesetas un dinero que le permitió comprarse el Mercedes, pasear a la Mercedes sin que nadie se atreviese a criticarle. Con las porqueras y los pantalones que utilizó en aquella boda hace años, pero fumándose un 7 y dedicándose a cazar, sembrar s’hortet o a tocarse la barriga que iba creciendo, día a día. El casta menor forrado y el casta mayor arruinado.
Pero dice el refrán que Dios aprieta pero no ahoga y que nunca se queda con nada de nadie. Y así fue. Llegó el siglo 21, 50 años después, y el casta mayor, pobre y sin futuro, con su propiedad de la que ya no sacaba nada, solo cuatro almendros, dos gallinas y una soll, y llegó el cambio. No el cambio de castas, que ahora se pretende desde la oferta política. Esa es otra historia que dejo para otro día. Hoy toca reflexionar como cambia la vida. La de vueltas que da. Ese casta mayor venido a menos, tiene la finca y el banco el dinero. Y reconvierte su possessió en un agroturismo. Y pasa el tiempo y se forra al igual que se forró el pariente menor devenido en mayor. Y mientras el hotelero de la playa vende a 15 euros noche y persona sin desayuno, el casta mayor, reconvertido en mucho más mayor, vende entre 200 y 1000 euros la noche.
Trabaja menos, es más señor y se complace en ver como anochece en Mallorca, cuando sale Venus a acompañar a la Luna. Y se queda absorto viendo la Luna de Valencia. Y soñando que la vida da muchas vueltas, sorpresas te da la vida.