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Adoctrinamiento del malo

Por Gabriel Le Senne
jueves 30 de mayo de 2019, 04:00h

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La ermita de Belén se alza en un enclave privilegiado de la Sierra de Levante mallorquina, rodeada de cipreses y de montes cubiertos de carrizo mecido por el viento, donde uno se siente en un paisaje como de otro planeta, o en las Highlands escocesas. El silencio es sobrecogedor, sólo roto por el canto de los pájaros.

Se trata de una belleza impregnada de tristeza por el estado de semiabandono en que se encuentra el lugar, como si fueran unas antiguas ruinas de Tolkien: las ventanas están tapiadas; las cercas, desvencijadas; la maleza crece en el pequeño cementerio, donde una inscripción recuerda la muerte del que fue primer superior de la ermita en 1820, contagiado de peste en Artá cuando asistía a los enfermos. Leo que en una fecha tan cercana como 1908 se hizo una importante reforma con mejoras como la nueva fachada de la iglesia, que hoy es lo único que a duras penas parece mantenido, supongo que por algún esforzado voluntario.

¿Cómo hemos podido abandonar nuestra herencia religiosa y cultural bimilenaria en apenas un siglo, y si me apuran, en 40 años?

Creo que tiene mucho que ver con el efecto manada que comentaba el otro día -la mayoría de la gente tiende a seguir la corriente-, con las opiniones que la izquierda ha conseguido hacer hegemónicas en los medios, principalmente televisiones, en la cultura, y con lo que se ha venido a denominar el “adoctrinamiento” en las escuelas, que abarca diversas facetas que se complementan y realimentan entre sí. Cómo precisaba Román Piña, adoctrinar es simplemente dar doctrina, y por tanto no siempre es reprobable. Pero sí el que se realiza ocultamente y sin conocimiento de los padres, y no digamos del obligatorio, el que se realiza coactivamente y sin escapatoria posible, mediante la fuerza del Estado.

Hoy podemos distinguir diversos tipos de adoctrinamiento. Este domingo El Mundo se hacía eco del estudio que está realizando Societat Civil Balear, en el que me enorgullezco de participar, que constata la presencia en los libros de texto de Geografía y Economía de un fuerte sesgo contrario al mercado libre y al capitalismo, así como el “catalanocentrismo” de los libros de Lengua y Literatura, que entre otras cosas “minimizan la información (y, por tanto, la importancia) de los dialectos baleares”.

Igualmente, durante décadas se ha impuesto la llamada Leyenda Negra española: se ha difundido propaganda contraria a España, probablemente creada o exagerada por sus enemigos históricos, ocultando sus éxitos y magnificando sus fracasos.

En ecología, más allá de que todos queremos mantener lo más limpio posible el planeta, se impone un neomalthusianismo que está convirtiendo en verdad incuestionable la arbitrariedad de pensar que hay demasiados seres humanos.

Seguramente en relación con lo anterior, se promueve la sexualización de los menores, la promiscuidad y el homosexualismo, en detrimento del matrimonio y la estabilidad familiar. No digamos los cacaos del “género”, con los que ya la empanada mental de los pobres niños -y no tan niños- es de campeonato. Es la exaltación del egoísmo y del hedonismo superficial, frente a la felicidad profunda fruto del esfuerzo, el sacrificio y el cumplimiento del deber. Todo ello aderezado con el materialismo filosófico: no hay nada más que lo que puedo ver y tocar. Con la arrogancia de pensar que sabemos más que nuestros abuelos, cuando en realidad nada sustancial ha cambiado. Es, en definitiva, la infantilización de la sociedad.

Frente a esto, personalmente prefiero reivindicar nuestras ermitas y santuarios, un auténtico tesoro; la democracia liberal, la vida familiar, el compromiso sin miedo, honrar la palabra dada y el amor al trabajo bien hecho. Nuestros abuelos tenían razón en lo fundamental. Gracias a sus valores, los del cristianismo y el liberalismo bien entendidos, el mundo está hoy mejor que nunca (visiten ourworldindata.org). No permitamos que los enemigos de la verdad exageren los problemas y oculten nuestros éxitos. Se trata simplemente de perseverar.
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