Siempre he creído que si una mujer quiere abortar lo va a hacer, independientemente de cualquier ley o consideración moral, por eso he defendido que esta intervención se haga de forma legal, en las mejores condiciones posibles y por profesionales cualificados, evitando así que ponga en riesgo su vida, tal y como ha ocurrido en España durante muchos años. Han sido numerosas las mujeres que se han quedado en el camino, con secuelas irreparables o encarceladas; mujeres que asumieron en su día todo tipo de riesgos, poniéndose en manos de carniceros a quienes sólo les movía el interés económico, porque carecían de los recursos para viajar a Londres. Eran los años 60 y 70. Pero hoy, cuando abortar en nuestro país es legal, escucho y leo lo sucedido en las clínicas del ¿doctor? Carlos Morín y no puedo por menos que pensar que en lugar de avanzar hemos retrocedido, y mucho, porque lo que allí se han practicado no han sido abortos sino asesinatos, presuntamente claro está, y no puede haber ley ni gobierno que permita o ampare este tipo de actuaciones. A este médico se le imputan 115 supuestos casos de abortos ilegales, 60 practicados en fetos de 22 semanas (cinco meses y medio) “por lo menos”, según la jueza que lleva el caso; varios de 26 semanas (6 meses), 7 abortos de 27, 28 o 29 semanas (7 meses) y, sorprendentemente, un caso de 30 semanas (siete meses y medio) y otro de 32 semanas (ocho meses). No lo puedo entender. ¿Cómo se puede practicar un aborto cuando el embarazo está tan avanzado? ¿Cómo se puede tirar ese feto a una trituradora? ¿Cómo se le puede llamar médico a esta persona? ¿Cómo puede una mujer abortar voluntariamente a los siete u ocho meses? Y yo, que tengo una prima que nació, hace medio siglo, a los seis meses y tres semanas de gestación, y se agarró a la vida con fuerza y sobrevivió sin contar con los medios que tenemos hoy en día para convertirse en una mujer maravillosa, sólo espero que el peso de la ley caiga con toda la fuerza sobre este mal llamado médico y que las mujeres que han sido capaces de abortar a los seis, siete y ocho meses, en lugar de esperar y dar el niño en adopción, lo lleven en su conciencia durante toda su vida.
