Hay políticos que defraudan la confianza de quienes apostaron por ellos, o sea, de quienes con su voto legitimaron su presencia en alguna institución del Estado. Los hay que defraudan nada más llegar al poder, sin haber hecho todavía prácticamente nada, y otros que defraudan varios años después con una gestión extensa a sus espaldas pero pocos méritos en su haber.
Algunos se ganan a pulso la fractura de esa confianza porque toda su obsesión se centra, mas que en gestionar bien el dinero y los recursos de todos( ya sea desde el gobierno o desde la oposición), en practicar el juego ese juego al que jugaban de niños los más gamberros (y las niñas también claro), ese de : “a ver quien la lía mas gorda”.
Y es por eso que algunos nada más comenzar el recreo se van al despacho del director para sentarse en su sofá preferido colocando las piernas encima de la mesa de mármol blanco sólo para chincharle; otros que habían dicho que jamás jugarían con los de cuarto porque son unos listillos, apenas salen al patio, no solo montan un partido de fútbol con ellos sino que nombran Capitan a su delegado de clase; otros que no se hablan entre sí desde hace 2 cursos al menos, deciden volver a hacerlo porque al jefe de la panda le han prometido sitio en la zona delantera del autobús para la excursión del viernes, aunque tengan que ir sentados todo el viaje entre “enemigos declarados” de todo la etapa escolar; los hay que deciden cambiar de bando porque a comienzo de curso el bando contrario les ha ofrecido un asiento en clase en primera fila.
No es de extrañar pues esa fractura de la confianza depositada en quienes pensaron que los adultos a quienes votaron eran adultos con sentido común. En realidad no hacía falta tener demasiado, pero si el mínimo prudencial para no hacernos sentir idiotas apenas habíamos salido del colegio electoral.