A por el 2018

Vuelve la rutina. Tras unos más que necesarios y ya añorados días en que la Navidad lo cubre todo, después de dejarnos arrastrar, casi hipnotizados, por deliciosos ágapes y hermosas tradiciones que nos permiten hacer un alto entre año y año, y una vez Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente han tenido la amabilidad de visitarnos, todo vuelve a la normalidad. Hermosos días, maravillosas fiestas, pero bendita y esperada rutina. Y es que, mal que nos pese, somos animales de costumbres. Dejamos atrás esas jornadas sin fin, en que la comida enlaza con la cena con total y absoluta naturalidad, intercalando algún que otro dulce y culminando con un resopón a última hora de la noche. Hemos tenido la maravillosa oportunidad de disfrutar con esa magia que nos transforma a todos en niños el 5 de enero. Nada más hermoso que ver sus caritas al comprobar que sus deseos se hacen realidad y nada más emocionante para padres y abuelos que comprobar, con los pelos como escarpias, cómo ese acto de fe de los más pequeños nos llena de felicidad a todos. Porque a estas alturas, si de algo no tengo dudas, es de que los Reyes Magos existen, contra lo que parece ser sostiene una empleada de un conocido centro comercial que ha sido despedida, entre otras cosas, por comentar este asunto a una niña de siete años, ante la atónita mirada de sus progenitores. Ya le vale.

Pero después de dejarnos ir, tras los excesos y los momentos de incontenible emoción, llega la hora de volver a colocar las cosas en su sitio, empezando por esos kilos de más tan minuciosamente trabajados, continuando con ese “esperadísimo” regreso al trabajo, y sin olvidar la nunca bien ponderada labor consistente en la retirada de los adornos navideños en nuestras casas…ahí empieza la verdadera cuesta de enero, con ese recuerdo todavía fresco en nuestra memoria mientras envolvemos, con cara circunspecta, cada una de las bolitas, figuritas, lucecitas y lacitos que formaron parte de nuestro hogar durante un mes. Cuando el comedor recupera su forma habitual, cuando los restos de musgo, plástico y purpurina han topado con la todopoderosa aspiradora…solo entonces, damos por finalizadas las navidades y comienza el nuevo año en toda su extensión.

Y con el nuevo año, los nuevos “viejos” propósitos que seguimos persiguiendo, cual santo grial, una vez más…una tras otra. En algunos casos, debemos reconocer que somos excesivamente ambiciosos; en otros, abandonamos el barco a las primeras de cambio, en cuanto vienen mal dadas, aparcando ese sueño hasta enero del año siguiente; y en algunas ocasiones, y ahí debemos estar muy orgullosos, logramos los objetivos, alcanzamos las metas que nos marcamos porque, para empezar, son metas posibles y, en segundo lugar, contamos con la determinación suficiente para lograrlas. Y es que ya se sabe, podemos escribir una inacabable lista de deseos sobre un papel en blanco, pero quedarán ahí para siempre si no contamos con la ilusión, capacidad de trabajo y constancia para hacerlos realidad. En este sentido, debemos reconocer que los cambios siempre vienen bien, y cambiar de año no es una excepción, aunque sepamos exactamente cuándo va a producirse ese cambio, nos pongamos como nos pongamos. Y vienen bien porque los cambios nos activan, nos hacen fijar nuevos objetivos o reorientar nuestra vida en otra dirección. Por ello, ya solo por esta razón, debemos dar la bienvenida al año 2018, con toda la ilusión, con fuerzas renovadas y con la sensación de que las cosas han de ir a mejor. Empecemos pensándolo, sigamos trabajando muy duro para que sea así y el resultado acabará llegando. Ya lo decía el gran Pablo Picasso: “No creo en las musas..., pero si llegan, que me pillen trabajando".

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