Más allá de las crisis internas o la absoluta inconsistencia de su programa político para los ciudadanos de estas islas, los cachorros de Jorge Campos en Baleares tienen un grave problema y es que no se les vé. Después de que la dirección nacional no les dejara participar (acertadamente) en el gobierno de Prohens, dada la escasa talla de los perfiles que habían obtenido escaño (a excepción de Gabriel Le Senne), los de VOX Baleares han quedado ensombrecidos.
Ante un inminente descalabro electoral, Idoia Ribas coletea para sobrevivir políticamente. Su forma de hacerlo es ridícula, pero hasta ahora les ha sido eficaz: frases de cuñado, mensajes simplones, testosterona y una gesticulación superflua. Mientras el ejecutivo autonómico enarbola las banderas del PP: simplificación burocrática, bajada de impuestos y políticas de territorio que no criminalicen al propietario; los de VOX se conforman con presionar al PP en Calvià para hacer el ridículo y castellanizar topónimos que siempre han sido en catalán, incumpliendo así la Ley de normalización lingüística y demostrando que no tienen la menor idea de las cuestiones verdaderamente apremiantes para los ciudadanos.
En el mismo sentido, presionan para derogar una Ley de memoria democrática que, si bien adolece de demasiada retórica podemita, su trasfondo es necesario para suturar las heridas que aún siguen abiertas en muchas familias. El vicepresidente Yllanes sirvió para poco más que cortar cintas de parques de placas solares y para abanderar esta Ley. VOX y PODEMOS son el mismo reflejo en un espejo que se llama populismo. A ambos extremos del tablero político, tuvieron el tiempo para carcomer algún voto de sus hermanos mayores, pero el tiempo (y los ciudadanos) les sitúan en la cuesta abajo que conduce a la historia. Sus últimos estertores consisten en decirla lo más grande posible para que los medios recojan sus delirios y los ciudadanos todavía se acuerden de ambas formaciones cuyo tiempo para ser extraparlamentarios está cada vez más próximo.