Deseo iniciar estas reflexiones con un merecido reconocimiento a Vox por lo que ha hecho bastante mal. A mi entender, se han de mencionar, al respecto, logros indiscutibles: perder en Andalucía en medio de un gran ridículo y perder por goleada el 23-J en medio de un estrepitoso fracaso; traicionarse entre ellos con precipitación y alevosía; impedir el triunfo de la única alternativa al sanchismo; polarizar, enfrentar y dividir, al unísono con el sanchismo, a los españoles; evolucionar hacia una organización religiosa con desprecio del dicho de Charles Darwin: la especie más fuerte es la que mejor se adapta a los cambios de su entorno. Y así sigue y seguirá: camino del precipicio. Vamos, que, para este viaje, no se necesitaban tantas alforjas.
Finiquitado el primer Vox, el de Vidal-Cuadras (Denaes), y el segundo, el de Abascal y su grupo dirigente disuelto, sólo se le ocurre montar un singular tercer Vox: El de Jorge Buxadé, el hombre fuerte, e Ignacio Garriga, hombre del Opus Dei, como Secretario general. Y lo ha hecho mediante la imposición de un catecismo de funcionamiento, explicitado en un artículo de prensa, firmado por Buxadé, Tener opinión, en “La Gaceta de la Iberoesfera”. En base al mismo, Jiménez Losantos ha diagnosticado, con acierto, que “es el manual de una organización religiosa que actúa con la disciplina de un ejército, al servicio del Papa, y en la que cada miembro debe ir a donde le manden los superiores perinde ac cadáver, como si fuera un muerto”.
Conviene subrayar que están en su derecho de funcionar como estimen oportuno. Personalmente, no me extraña lo más mínimo que hayan acabado como si fueran una organización religiosa al uso tradicional. Tenían y tienen dilatada experiencia al respecto. Construyen su seguridad en ‘verdades monolíticas e inflexibles’. Sus dogmatismos, sus proclamas de poseer en exclusiva la verdad en todo, sus exigencias al resto de partidos y hasta su orientación ética se resumen en ‘sólo nos arrodillamos ante Dios’ (soberbia pura y dura: peligro a la vista). No en vano muchos de sus apoyos y votantes, como de sus dirigentes, militan, presuntamente, en la Iglesia católica del pasado y/o tienen que ver con alguna organización católica de carácter fundamentalista y radical. Legítimamente participan, en mi opinión, de un catolicismo entendido como religión de creencias, que tanto tiene que ver con la situación de la misma Iglesia y en el que, por supuesto, la sumisión y la obediencia son piezas claves del sistema eclesiástico. No así la libertad de los hijos de Dios, sobre todo a la hora de decidir y responsabilizarse cada cual de la propia vida (autonomía).
Yves Congar ya denunció en 1937 ese sistema romano y clerical, que todavía pervive en buena parte del catolicismo actual y “en el que se esclaviza a las conciencias y las relaciones del alma con Dios parecen deducibles y controladas” (religión por procuración). Sistema en el que, presuntamente, se manipula la conciencia en base a la voluntad divina expresada mediante la voluntad de la autoridad clerical. Sistema que se ha caracterizado, desde los tiempos más remotos, por marginar de hecho el Evangelio, que ya es decir, incluso en aspectos trascendentales y por expresarse, casi siempre, en términos de un dogmatismo impropio en estos tiempos. Pero, hoy por hoy, es lo que hay, salvo que se opte, como muchos, por el abandonismo. Ese es el mundo, en mi modesta opinión, en que Vox encuentra, presuntamente, su inspiración y su energía.
Pues bien, a la hora de funcionar como partido político, no quieren, según doctrina de su hombre fuerte, opiniones sino obediencia y sumisión. El militante del partido, en definitiva, no está llamado a pensar sino a obedecer a ciegas. Se diría que es un cero a la izquierda. Ha de esperar y defender la posición que haya adoptado el partido. Es éste el que importa. Como en el sanchismo. Los extremos se tocan y coinciden.
Lo expuesto en referencia al funcionamiento, se completa, en un plano más sustantivo, con una orientación de carácter ético y, a veces, doctrinal o magisterial de muchos de sus posicionamientos sociales y políticos. No aceptan que los Estados democráticos y las sociedades actuales hayan abrazado la laicidad. Con palabras de Claudio Magris, lo diré de otro modo: “el Evangelio puede inspirar una visión del mundo y por ende mover el ánimo a crear una sociedad más justa, pero no puede traducirse directamente en artículos de ley, como pretenden los aberrantes fundamentalistas de toda laya” (La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad, Barcelona 2008, pág. 30). ¿Cuándo aprenderán tan básico criterio y funcionarán en coherencia con el mismo? Me temo que para largo me lo fiais.
No hay que darle demasiadas vueltas. Con estos mimbres, me temo que es inútil pretender crear una alternativa al sanchismo. Siguen en el monte. Cada día se crecerán más y exhibirán un rigidez mayor. Dan la impresión de no haber aprendido nada de sus fracasos. Siguen haciendo lo mismo: poner palos en las ruedas y haciendo y diciendo ‘tontunas’. No están preparados para gobernar. Un día sí y al siguiente también la misma martingala. ¡Vaya panorama! ¿Solución aquí en Baleares? Elecciones de nuevo.