Catalunya está de moda. Su tejido industrial se ha adecuado a las rápidas innovaciones del mercado con asombrosa agilidad. Sus exportaciones se han disparado; en especial el mercado interior. El sector servicios, con una decidida apuesta por el desarrollo de infraestructuras estratégicas, ha experimentado un crecimiento exponencial.
Ejerce una importante función de corredor con la UE. Por tierra, con el paso de La Jonquera y con las renovadas conexiones del AVE. Por aire, la nueva terminal del Prat te acompaña a cualquier rincón del mundo. Por mar, los puertos de Tarragona y Barcelona acercan personas y mercancías de los cinco continentes.
Desde el punto de vista energético, las centrales de Vandellós y Ascó, generan casi el 50% de la energía nuclear que se produce en el país. De la costa catalana salen los cables de fibra óptica submarinos que comunican Baleares con el continente y España con Italia.
Dispone de unos servicios públicos de alto nivel. Despuntan los centros de investigación locales, sus universidades están entre las más prestigiosas de Europa y sus centros sanitarios tienen profesionales y servicios de referencia internacional. La riqueza de su patrimonio cultural, en el que destaca la Sagrada Familia, la convierten en la comunidad que más visitantes recibe. No, no es casualidad que más de 18 millones de turistas, decidan visitar, anualmente, la comunidad catalana en general y Barcelona en especial.
Muchas de las iniciativas responden a programas de carácter estatal. España y Catalunya se potencian mutuamente. Sin embargo, no es menos cierto, que la fortaleza y el emprendimiento de la sociedad civil catalana y del empresariado es espectacular. Solo así se explica un crecimiento tan prolongado y mantenido y la modernización de todas sus infraestructuras.
Sus logros económicos, culturales y científicos poco tienen que ver con las iniciativas de un gobierno que ha acabado, de un plumazo, con la separación de poderes y ha fracturado la sociedad catalana. Literalmente, se ha echado al monte. Un ejecutivo que ha salido de forma irresponsable de la senda de la legalidad y del respeto a los pilares del estado de derecho. Un gobierno que vive entregado al impulso de una postura que enfrenta a una mitad de Catalunya contra la otra y que la enfrenta al resto de España.
Los efectos de este tipo de políticas son fáciles de dibujar. Son de manual. Fragmentan, dividen y enfrentan a la sociedad. Incrementan la animadversión del resto de comunidades. Generan incertidumbre y miedo; en las organizaciones, en la economía y en las personas.
Lo que está sucediendo en Catalunya no se puede explicar en términos democráticos. Hace mucho tiempo que se han olvidado de gestionar las cosas que mejoran la calidad de vida y el futuro de su pueblo. Están volcados en la realización de un referéndum ilegal como instrumento en el que apoyar el relato de la secesión. Porque no nos engañemos, una consulta ciudadana sin base jurídica, sin censo, sin garantías, en ausencia de una mayoría social acreditada que lo soporte, no es democrático. Suena a una mera argucia para arañar un número indeterminado de apoyos del grupo de población que está a favor de la independencia, con el objeto de imponerla a todos.
Queda por saber que pasará el domingo. Aparentemente, la huida hacia adelante es irreversible. Sólo necesita excusas para continuar con el intento de aplicar una hoja de ruta preestablecida, no consensuada ni participada. Sin embargo, más pronto que tarde, el único ámbito garantista, será el electoral. Solo una consulta ciudadana, legal, puede despejar el pantanoso panorama actual. Cualquier otro camino estará manchado por la impostura.
No es aleccionador observar como los iconos del radicalismo, léase, la fracción del Podemos reaccionario, la CUP, los antisistema europeos y Otegui se han convertido en sus principales valedores. Como para hacérselo mirar.
Catalunya es grande, muy grande y el pueblo catalán sensato, muy sensato. De la sensatez ha hecho su signo de identidad. En este sentido, no es lógico pensar que nada sustancial haya cambiado en la rica y equilibrada diversidad que integra la sociedad catalana, más allá de una clara confluencia de intereses grupales.
Lo más fácil, sin duda, es que una nueva mayoría pueda canalizar las legítimas aspiraciones de un pueblo sin salirse de las reglas de la democracia. Si algo es temporal y fugaz en un estado democrático es su gobierno. El pueblo goza una y mil veces, de la posibilidad de decidir quién le representa en el seno de las reglas del derecho. A la convivencia no se llega con atajos. Menos todavía con imposiciones.