Virus alucinógeno

Se pueden tener todo tipo de teorías sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2 más que nada porque la comunidad científica no tiene respuesta a la pregunta, incluso uno puede pensar que ha habido intencionalidad en su propagación, pero negar la existencia del COVID-19 equivale a afirmar que la Tierra es plana, es decir, todo un despropósito.

Si alguien niega la existencia del coronavirus sólo puede significar dos cosas, o bien ha tenido la gran fortuna de no tener ningún conocido o familiar afectado o bien que no se cree a los médicos. Negar la existencia del coronavirus es una blasfemia contra todos los fallecidos y contra toda la comunidad sanitaria.

El relato que cuentan los que han tenido la mala suerte de acabar en la UCI y la gran suerte de poder salir de ella con vida es muy duro. Se sale de las unidades de vigilancia intensiva sin capacidad para andar, con una sensación de cansancio aclaparadora y, muy importante, con un fuerte impacto mental provocado por una circunstancia de la que se habla poco pero que es común en todos los cuadros: las alucinaciones.

El actor Jordi Sánchez -famoso por dar vida a “El Lopes” de Plats Bruts y a “Antonio Recio” en La que se avecina- explicó cómo lo peor de su paso por la UCI fue creer que un hijo suyo había fallecido. Y esta vivencia desconcertante la relatan casi la totalidad de los que han vivido la misma situación que Sánchez. La gran cantidad de sustancias que se administran a los enfermos para sedarlos y llevarlos al coma inducido provocan que la mente cree realidades paralelas que el enfermo cree efectivamente haber vivido. El despertar es impactante.

Es por ello que, el COVID-19 no sólo es una enfermedad, es una dolencia que si se agrava se convierte en una experiencia traumática, algo demasiado serio como para que cuatro iluminados que se creen estar tocados por la clarividencia divina lo cuestionen.