Violeta

No me refiero a la Chamorro.

El violeta es un color asociado, tradicionalmente, al feminismo. Cuenta la leyenda que la apropiación de este tono al movimiento feminista proviene de un hecho luctuoso acaecido en los Estados Unidos en 1908, cuando el amo de una empresa textil, ante la huelga de 109 trabajadoras de su fábrica, decidió cortar por lo sano el incidente laboral prendiendo fuego a la nave industrial con todas las obreras en su interior. Y se acabó el conflicto; ¡vaya que si se acabó!

Parece ser que las telas que confeccionaban las mujeres eran de color violeta y el humo que salía de la fábrica era del mismo color. También las sufragistas británicas que, en la encrucijada de los siglos XIX y XX propugnaban el voto universal, vestían de violeta.

Sea como sea, lo cierto es que este color (considerado como gafe en los medios cinematográficos italianos, al igual que el amarillo en los españoles) se identifica, netamente, con el feminismo.

Entiendo y aplaudo el fervor de las señoras y señoritas en su lucha por la igualdad social. Durante eras, el poderío del macho ha arrinconado la inteligencia femenina: un puto desastre. Me siento –como no puede ser menos- sumamente complacido por el hecho de que estas dignas aspiraciones se vayan cumpliendo.

En los finales de los sesentas y los albores de los setentas, empecé a vislumbrar que alguna cosa se cocía en este sentido en la España oscura de la época; un país retrasado y obsoleto con ganas de biquini y seiscientos. En aquellos momentos, el feminismo arrancó con una cierta intolerancia por parte de las más fanáticas luchadoras por la causa.

Hallándome en un bar con un grupo de amigos y amigas, intenté, cortésmente, dar lumbre a un cigarrillo que mi interlocutora próxima se había instalado entre sus labios. La operación, sencilla, fue un fiasco: “oye, chaval (todavía no se utilizaba el rico vocablo “tío”), ¿tú eres imbécil?, ¿te crees que las mujeres no sabemos encender, solitas, un pitillo?”.

En otra ocasión, frente a una puerta giratoria, me adelanté para empujar la manivela que acciona la apertura, ante una fémina que, como yo, procedía a entrar en el recinto. Me cayó una bronca descomunal. Que si ella ya sabía como se abría una puerta; que vaya desparpajo, el mío, por “colarme”, etc. Anécdotas.

Queda mucho por hacer. Mientras en una parte brutal del mundo se siguen practicando ablaciones, dilapidaciones, violaciones toleradas, salvajes torturas por presuntas infidelidades, malos tratos “rutinarios”…, el violeta debe extenderse por el planeta hasta teñirlo.

Y dejémonos de mandangas y de otras zarandajas protocolarias. Seamos serios.

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