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Verdugos de la pena del telediario

Por Francesca Jaume
lunes 20 de enero de 2020, 04:00h

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Una vez sobreseída su causa, el exconcejal del Ayuntamiento de Palma y exdiputado del Parlament de les Illes Balears Álvaro Gijón, ha explicado lo que supone tener que pasar por lo que se ha venido a llamar “la pena del telediario”, esto es, una condena social mucho antes que la Justicia se pronuncie sobre la inocencia o culpabilidad.

Éste no es un tema nuevo, pero sí que es importante redundar sobre él toda vez que está claro que la sociedad no aprende y sigue conculcando día sí y día también el Derecho Fundamental a la presunción de inocencia (artículo 24 Constitución Española). El atávico y pernicioso “piensa mal y acertarás” tiene en las redes sociales su caldo de cultivo, y es una perita en dulce para muchos medios de comunicación, que alentan el morbo del vulgo.

Las consecuencias de ello es un daño irreparable para aquel que, siendo inocente de las concretas acusaciones que se han formulado contra él, se ve socialmente vilipendiado y señalado. En una interesante entrevista concedida a mallorcadiario.com el exteniente de alcalde de Cort afirma literalmente que “Han sido tres años muy duros, me han hecho a mí y a mi familia lo peor que se le puede hacer a alguien: la muerte civil y política. Iba por la calle y me señalaban, iba al Parlament y me insultaban, iba a buscar trabajo y me cerraban la puerta automáticamente”.

En el caso de Álvaro Gijón -y nos tememos que no ha sido el único- además de la gravedad de haberlo tachado de corrupto sin una sentencia en firme que lo acredite, se produce otro agravante que nos tendría que hacer reflexionar incluso más: según las pesquisas que se están llevando a cabo, los ciudadanos hemos sido utilizados como arma arrojadiza contra el investigado, es decir, que por parte de ciertos agentes judiciales se ha aprovechado de la presión social que supone salir en los medios de comunicación como “imputado” -aunque ahora se denomine investigado- para reblandecer a Gijón y su familia en aras de obtener una determinada actitud de cara a la instrucción del caso favorable a la acusación. En pocas palabras, somos cooperadores necesarios de un delito de coacciones. Sin ser conscientes, pero lo somos.

Esto, a pesar de ser muy grave, parece no tener gran calado en la sociedad. Parece que uno no se da cuenta hasta que no tiene un conocido que pasa por un trauma similar. Una lástima.

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