Fuimos muchos quienes, aún admitiendo que cierta sanción tenía que recaer sobre Valtonyc por sus soeces, ordinarias, y sobretodo ofensivas y atentatorias letras (las dos primeras cualidades no están contempladas en ningún código normativo punitivo), consideramos que la pena de tres años y medio impuesta por el Tribunal Supremo era un tanto excesiva, y más teniendo en cuenta ciertas soflamas de carácter fascista que están a la vista de todos en las redes sociales y que no han sido nunca objeto de causa penal.
Esta cierta compasión que nos pudo suscitar en un primer momento el rapero pobler ha truncado en hastío y en un vehemente “¡Déjalo ya y calla!”. Josep Miquel Arenas ha sido proclamado por muchos como un mártir de la causa antitotalitarismo españolista, y el chico, cuya capacidad de discernimiento parece directamente proporcional a la elegancia de sus letras, se ha creído tanto el papel que ha empezado a chulear a la Policía, a la Guardia Civil y, sobretodo, a la eficacia de la acción jurisdiccional del Estado.
En vez de estarse calladito y dejar que sus simpatizantes se manifestaran al son de “mirad pobre chico cómo se pasará tres años en la cárcel por no existir libertad de expresión en España”, ha querido dirigir su propio protagonismo pavoneándose de trolear a la Nacional con la compra de veinte billetes de avión o pidiendo a sus seguidores que maten a un Guardia Civil. Y claro, llega un momento que la cosa llega a cansar.
He leído muchos comentarios estos días que, haciendo uso de ironía, afirmaban que Valtonyc nos había hecho un favor fugándose. Pues si eso sirve para dejar de hablar de sus tonterías bienvenido sea, porque flaco favor le ha hecho con sus actos posteriores a la sentencia, al auténtico debate que deberíamos tener, y que es el referido a si en España existe real y efectiva libertad de expresión.