La cifra es inquietante. Cuatro de cada diez trabajadores de residencias de ancianos de Baleares han rechazado vacunarse contra el coronavirus.
Según el coordinador de la campaña de vacunación del Govern, Carlos Villafàfila, en estas dos primeras semanas se han encontrado “reticencias” entre los profesionales de dichos centros a recibir la primera dosis de Pfizer por miedo a los posibles efectos adversos.
Cabe destacar que, a día de hoy, no se han registrado consecuencias graves derivadas de la inyección de dicho compuesto, sino más bien leves y habituales al tratarse de una vacuna: fiebre, vómitos o dolores de cabeza o musculares. Nada que se salga del guión.
Según Villafàfila, el camino para revertir estas “reticencias” es la pedagogía. Sin embargo, en el momento más grave de la historia reciente -con muertos cada día, contagios desbocados y la economía en caída libre- cabría preguntarse hasta qué punto es aceptable limitarse a la “pedagogía” con un colectivo de profesionales que atienden constantemente a los más vulnerables.
Se entiende que en un escenario de normalidad la libertad de elección debe ser siempre la norma básica que guíe las relaciones humanas, desde las sociales hasta las económicas. La cuestión es que no nos encontramos en ese contexto y las medidas drásticas deben imponerse a la hora de marcar la senda de la recuperación. O todos sumamos o todos nos hundimos.
Así, la vacunación contra el coronavirus debería ser absolutamente obligatoria, a excepción de aquellos casos en los que, por motivos acreditados de alergia, no se deba inocular la protección.
Una sociedad adulta debe realizar una reflexión seria acerca de los beneficios individuales y colectivos de la vacuna. Si cada día ingerimos alimentos que damos por buenos, bebemos líquidos que damos por buenos y nos medicamos con compuestos que damos por buenos, haciendo un acto de fe en cada una de estas acciones, ¿por qué no confiar en un producto que ha pasado todas las estrictas exigencias de las agencias del medicamento y que es objeto de la vigilancia más rigurosa que jamás se haya dado?
En una crisis mundial de estas proporciones, la libertad individual no puede situarse por encima de la seguridad colectiva.