Es evidente que el debate sobre la forma de Estado no es, digámoslo así, perentorio. No depende de dicho debate la solución a los múltiples y profundos problemas que acucian a nuestra sociedad. En eso puedo estar de acuerdo con muchos de los que defienden el inmovilismo constitucional.
También es evidente que el advenimiento de la III República no resolverá los problemas que más nos preocupan, porque tales problemas no tienen tanto que ver con la forma de Estado como con la forma de gobernar ese Estado.
Pero el argumento de que no se puede discutir la forma de Estado “porque hay problemas más importantes” en tiempos de vacas flacas me parece un argumento peligroso y, desde luego, intelectualmente enclenque.
La suerte de tener una vaca flaca es que al menos tienes vaca. No está gorda, pero está viva. En muchos sitios del mundo, los que tienen vaca la tienen muerta, y en otros muchos sitios nunca han tenido vaca, ni flaca ni muerta, y desde luego una vaca gorda les parece algo de otra galaxia o de otra vida.
¿Ocupa la mayor parte del tiempo de nuestros gobernantes acabar con las hambrunas, con las sequías atroces, con los millones de muertos que provocan al año en los países pobres enfermedades que aquí se curan con una pastilla?
¿Ocupa la mayor parte del tiempo de nuestros gobernantes acabar con las muertes de millones de niños por hambre, o acabar con el reclutamiento forzado de esos mismos niños como carne de cañón en guerras olvidadas?
¿Ocupa la mayor parte del tiempo de nuestros gobernantes poner remedio a la pobreza infantil en España?
No me hagan reír.
Utilizo la demagogia, tan cercana a la verdad en este caso, para poner de manifiesto que los mismos que ahora niegan importancia al debate sobre la forma de Estado “porque hay problemas más importantes” son los mismos que no dedican ni cinco minutos al día a resolver los problemas que sí son importantes, quizá porque para ellos no lo son.
Yo estoy de acuerdo en que debemos priorizar los debates y el tiempo que le dedicamos a cada uno, porque las horas del día son las que son.
Pero por esa misma razón no entiendo por qué se afirma rotundamente que abrir un debate sobre la forma de Estado para que los ciudadanos podamos votar en un referéndum consultivo es una pérdida de tiempo, y no es una pérdida de tiempo la Ley de Seguridad Privada, la implantación de las tasas judiciales, la reforma de la LOPJ para aforar a los príncipes, la aprobación de las prospecciones petrolíferas en Baleares y Canarias, la privatización de la gestión sanitaria…, por poner solo algunos ejemplos.
A la vista de que estamos dedicando muchísimo tiempo a auténticas naderías o, cuando menos, a temas absolutamente secundarios si los comparamos con los problemas del paro, de la pobreza infantil, de la precariedad laboral, de la fuga de cerebros (400.000 jóvenes formados se han ido para, seguramente, no volver)…, no entiendo la razón por la que no se puede incrementar la lista de temas secundarios a discutir e incluir el debate sobre la forma de Estado.
La cuestión de fondo en todo este asunto es que los poderes fácticos del Estado prefieren no abrir este melón. Sustraen a la ciudadanía la capacidad de decidir por sí misma, porque creen que la ciudadanía no está a la altura de sus intereses. En el siglo XVIII a esto se le llamaba despotismo ilustrado. Ahora se le llama democracia representativa.
A los que defendemos que los ciudadanos sean consultados vía artículo 92 de la Constitución sobre este asunto de la forma de Estado se nos opone el argumento de que para modificar la forma de Estado hay que modificar la Constitución, y concretamente el Título II, que está protegido por el mecanismo del artículo 168.
Digo yo que antes de abordar la reforma de la Constitución o su revisión o la redacción de una nueva o lo que sea habrá que saber qué piensa la gente. Pero la opinión de la ciudadanía parece no interesar. Canguelo, se diría.
¿Quién tiene miedo a consultar a la ciudadanía a través de un referéndum? ¿Acaso la soberanía no reside en los ciudadanos? ¿Quiénes son los gobernantes para limitar o, directamente, vetar el derecho de los ciudadanos a ser consultados en las cuestiones institucionales relevantes existiendo un cauce para ello?
Votar cada cuatro años no es democracia. Y mucho menos si después de ese voto cada cuatro años se incumplen como si nada los programas electorales. Democracia es poder ejercer realmente el poder soberano por parte de los ciudadanos mediante canales organizados de participación, canales que ahora están cerrados a cal y canto, salvo la inocua Iniciativa Legislativa Popular.
¿Desde cuándo la Constitución debe estar fuera del alcance de los ciudadanos a los que rige? ¿Cuándo se divinizó su texto y se hizo sagrado, inmutable e infalible? Porque al menos a mí nadie me avisó de que la Constitución fuera algo que debiera estar al margen del debate público, porque era demasiado importante para las personas normales y corrientes, y solo podían reformarla los elegidos, aquellos iniciados en sus arcanos, como la reforma exprés de 2010 a las órdenes de Doña Ángela, porque ella tiene más soberanía popular que todos los ciudadanos juntos.
Ahora que llega el mundial, y todos vamos a dedicar nuestro tiempo a pensar en los temas importantes y no en si la selección española debe jugar con un nueve puro (Torres) o con un falso nueve (Cesc), ahora que, como siempre, nuestros gobernantes solo hablarán de lo esencial y ninguno asistirá a ningún partido de la selección en Brasil porque estarán atendiendo las hambrunas de Somalia, Sudán o el Chad, puede ser un buen momento para reflexionar sobre el futuro que queremos.
Yo, para el futuro más inmediato, me conformaré con que los poderes fácticos no se crean ni por un segundo que somos idiotas. Y que tampoco se crean ni por un segundo que están al margen de la voluntad popular. Un futuro ambicioso, la verdad.