El paso tranquilo que lleva la reforma de la Playa de Palma despierta algunas dudas. No porque haya perdido su velocidad vertiginosa para adaptarse a un ritmo más electoral, que era de esperar después de la que se armó cuando se hicieron públicos los derribos y expropiaciones que iban a llevarse adelante. Ni ante lo que pueda ocurrir tras las elecciones locales, que hasta da pereza pensarlo. La duda viene de que los tiempos no cuadran. Es curioso que el Consorcio Urbanístico lleve un año negociando la compra de dos solares próximos a la Porciúncula, y estamos en febrero, cuando el plan de reconversión integral no fue aprobado hasta julio. A los vecinos y empresarios que en julio llevaban ya varios meses con lógica inquietud desde que se anunciara que la reforma eliminaría el 50% de las plazas hoteleras y residenciales sin especificar cuáles ni dónde, publicidad gruesa, se les dijo que no podía revelarse el contenido del plan durante su tramitación. Sin embargo, ahora sabemos que la negociación ya había comenzado. ¿Era una negociación de dos velocidades? Gran parte de la alarma social que estalló este verano fue alimentada durante esos meses de incertidumbre. En vista de las protestas, el plan de reconversión integral se desactivó y fue oportunamente reemplazado por otro con mucho mejor encaje en lo que suele ser habitual al reformar un destino turístico, el plan de acción integral. ¿Era un globo sonda? ¿Estaba todo previsto, y asistimos ahora a los verdaderos plazos de un proyecto que empezó a negociarse hace un año? Los solares objeto de compra son en realidad restos de la antigua y hermosa playa virgen. Casi da lástima que se toquen, aunque sea para convertirlos en zonas verdes. También es mala suerte que el embellecimiento de un destino con zonas tan degradadas como ciertos ‘rincones’ de s’Arenal de LLucmajor empiece precisamente por ahí.
