Una carrera como lección de vida

El pasado domingo me encontraba en casa con mis hijos viendo un informativo cuando a mi hijo se le ocurrió cambiar el canal y poner la última carrera del año de la fórmula 1. Dos corredores se jugaban el campeonato a una carrera, la empezaron en igualdad de puntos y uno debía campeonar, como se dice en Argentina.

Pues bien, cuando todo parecía resuelto y a escasas vueltas del final se produjo un accidente de un tercero y obligó a salir al coche de seguridad. Fue un momento trepidante en el que había que tomar decisiones que a la prostre serían decisivas. Al final se jugaron la carrera, y el campeonato a una sola vuelta. Me daba igual el
resultado pero me pareció tremendamente emocionante, lo cual me llevó a reflexionar sobre el tema, pese a que no soy un especial aficionado a los coches.

Esos escasos cinco minutos que vi fueron una lección de vida; ganó el más audaz, hizo un cambio de neumáticos, fue el que arriesgó pues nada tenía que perder. Asimismo demostró ser el más ambicioso, los comentaristas deportivos lo llaman hambre de manera desafortunada.

Perdió el que decidió no hacer nada más que esperar el paso del tiempo, que también es una forma de decidir, pero como el domingo, la pasividad puede ser mala o traer pésimos resultados.

En esos cinco escasos minutos se demostró que una trayectoria implacable puede verse afectada por un factor que no controlamos y que hace que todo el trabajo previo marche desfilando a la papelera. En nuestra vida hay demasiados procesos aleatorios que nos afectan directamente. Lo importante es saber reaccionar ante ese imprevisto.

Lo esencial, como se vio el domingo, es no ser pasional sino mantener la cabeza fría para tomar la decisión correcta y desde luego no ser conformista.

La ambición no es ganar dinero, aunque muchas veces liguemos esos conceptos. La ambición puede ser una actitud ante la vida que nos sirva para enriquecernos como personas; la ambición está peleada, en mi opinión, con sentimientos como la venganza, la envidia y los celos. Esos sentimientos nos arrastran y nos hace llevar una mochila que nos limita en nuestro quehacer diario. Y además el odiado, el envidiado y de quien se tienen celos, probablemente ni siquiera lo saben. Sufrimos para nada.

Cada uno desde nuestro lugar debemos ser ambiciosos, aunque a veces la vida no lo pone fácil o somos nosotros quienes no nos lo ponemos fácil, hay que ser ambiciosos. Hay mucho por aprender, mucha gente que conocer, muchos lugares que visitar, mucha gente a la que amar, en mi caso, además demasiadas millas que navegar y páginas que leer.

La excusa perfecta es que no tenemos tiempo. Eso en parte es verdad, ocupamos nuestras jornadas en trabajo, pero lo realmente cierto no es que no tengamos tiempo, lo que no tenemos es fuerza de voluntad, no tenemos ambición, siempre tenemos la excusa del trabajo, del cansancio o del estrés para no hacer lo que de verdad nos convendría, y lo más triste es que lo sabemos. Se tiene tiempo para lo que se quiere.

Verán, fuera de programa, pero el cuerpo no me deja pasarlo por alto. Uno a mi edad cree que lo ha visto todo o que quizás ya nada le sorprenderá pues hay un señor al que he dedicado más líneas de las que su gestión merece que tiene una capacidad de sorprenderme inaudita. Ahora que estamos deforestando el parque de Bellver y nos dedicamos a contar árboles bajo no se que criterio, creamos la mesa del árbol, a la misma imagino que se sentará algún alcornoque. Vivo en la duda de que material serán mesas y sillas…

Tengo la sensación que el Almirante Hila o bien se cachondea de nosotros en nuestra cara o por el contrario ha enloquecido y gestiona enajenado. Hay precedente en esta Ciudad de personas con altísimas responsabilidades que no estaban cuerdas. Creo que nos merecemos un respeto que no se nos da, nosotros los ciudadanos. Esos que le elegimos y le pagamos con nuestro dinero su sueldo, merecemos ser respetados. Aunque solo sea un poquito.