La lógica impide otra lectura. Si uno hace lo que debe sólo la mitad del tiempo, lo normal es que reciba únicamente el cincuenta por ciento del premio. Igual que anteriores ocasiones, el Mallorca regaló la primera parte, en la que apenas inquietó al portero local. Y tampoco es que hiciera mucho el Elche, que marcó en una genialidad de Espinosa, su mejor jugador, transformada, cómo no, por Sergio León. Las advertencias a la zaga balear no sirvieron de nada.
El empate es el resultado menos malo, peor para los locales aunque mal de muchos es consuelo de tontos. Hubo que esperar al período posterior al intermedio para ver a un equipo más ambicioso, quizás más por necesidad que por convicción, pero también nos vale. Al jugar más cerca del área verdiblanca, se sucedieron las oportunidades, en su mayoría frustradas por el guardavallas Jiménez. Pero, en aras de un análisis imparcial, no podemos ignorar la parada de Timon a tiro del máximo goleador de la categoría y, sobre todo, un trallazo al travesaño del ex-mallorquinista Alvaro.
Merecimientos aparte, que cada cual arrimará a sus intereses, las tablas registradas al final del encuentro no consiguen ocultar la enfermedad que sigue arrastrando el cuadro de Gálvez, la que ya contrajo con Ferrer, que no es otra que la falta de gol. Tuvo que ser un defensor alicantino quien marcara en su propia portería, en un ingenuo lanzamiento desde la esquina, al estilo de un obsequio navideño, para paliar la frustración granate frente al gol.
Luis Aragonés solía decir que un punto no es nada, pero no es menos cierto que si no puedes ganar, al menos trata de no perder. Y eso lo lograron ambos contendientes sin mayores consecuencias significativas en relación a sus correspondientes clasificaciones.
Que si, vale. Que Robert Sarver estuvo en el palco junto a Utz Classen. Pero tampoco marcó.