Este martes pasado las banderas del Ayuntamiento de Palma y del Consell de Mallorca ondearon a media asta por decisión unilateral de los equipos de gobierno de ambas instituciones, que decidieron ponerse la normativa existente al respecto por montera y hacer de su capa un sayo. La razón aducida por ambas instituciones fue mostrar su condena a la fecha en que se inició el alzamiento militar contra el gobierno legítimo de la II República el 18 de julio de 1936, que desembocaría en la Guerra Civil y la posterior dictadura del general Franco.
Como se ve, parece que recordar permanentemente la Guerra Civil sea el monotema de algunos políticos que, a falta de mejor gestión que demostrar a la ciudadanía, están empeñados en exhibir sus convicciones republicanas, lo cual es muy legítimo siempre que no se haga conculcando la Ley y la normativa que rige la utilización de la bandera nacional.
Los mismos que ahora han llevado a cabo este arriado de las banderas criticaban con dureza al último alcalde ‘popular’ de Palma, Mateo Isern, cuando hacía lo propio el día del Corpus Christi al paso de la Custodia con el Santísimo ante Cort. Entonces algunos -y con razón- lo consideraban un acto de humillación del símbolo del poder civil al poder religioso, por más que era una tradición bien arraigada.
Andar jugando con las banderas a gusto del equipo de gobierno de turno, sin informar siquiera al resto de grupos políticos, sin consensuar tal medida, no es algo de recibo. Y es muy lógico que la Delegación del Gobierno pida explicaciones a Cort y al Consell por su proceder, que no fue copiado por ningún otro consistorio de Balears, así como tampoco por el Govern.
Y es que la manía persecutoria que atenaza a los gobernantes de las instituciones vecinas de la calle Palau Reial y la plaza de Cort no tiene parangón. Pudieron hacer cualquier acto político de condena al levantamiento y nadie les censuraría por ello, pero andar subiendo y bajando las banderas a su antojo es algo bastante esperpéntico. Más les convendría ponerse a trabajar por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y por solucionar sus problemas, que no parece que pasen por actos de postureo como el llevado a cabo con las banderas.
