La Semana Santa dejó paso al rebujito y las sevillanas. Finalizó esa excepción temporal de los cristos sufrientes y las lágrimas de la Virgen para regresar a la normalidad de la alegría y las ganas de fiesta. La huida permanente del dolor es una constante en el mundo moderno, pero quizá su máxima expresión en Europa se alcanza en los países mediterráneos. Dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han que “la negatividad del dolor reduce la sensación de lo bello”. Y yo añado: en España como en ninguna parte.
Wabi-sabi es un término japonés intraducible, que tiene que ver con una manera particular de entender la imperfección asociada a la belleza. Wabi representa la elegancia de lo simple, y sabi se refiere al paso del tiempo, que conlleva un deterioro inexorable que no tiene por qué resultar feo, o generar rechazo. Una de las expresiones más hermosas de Wabi-sabi es el arte del Kintsugi, una técnica para reparar las piezas de cerámica rotas señalando las fracturas con oro. No se trata de disimular las grietas, sino de destacar su belleza. Tras 21 años en el circuito profesional de tenis, así es como yo imagino el físico desnudo de Rafael Nadal, atravesado por hermosas vetas doradas.
Andre Agassi esperó a retirarse para reconocer que los dolores de espalda le obligaban a dormir sobre la moqueta de las suites que ocupaba en los torneos. Esta semana Nadal cayó eliminado en Roma y acabó el partido cojo. Se apresuró a aclarar que no está lesionado, sino que es un jugador que convive con una lesión crónica e incurable desde hace muchos años. Escuchar a un Nadal más resignado que nunca a su matrimonio con el dolor comienza a sonar a despedida. Como es lógico, por otra parte, cuando un tenista está a punto de cumplir 36 años. No hay excusas ni reproches en su tono, sino la constatación de una realidad biológica.
Nadal tiene una vida de Aston Martin y catamarán gigantesco, pero también de ibuprofeno diario y dolor en cada sesión de entrenamiento, en cada partido, en cada cama de un hotel de lujo. Los resentidos que critican su barco y su coche deberían al menos reconocer que el padecimiento se lo pudo haber evitado hace tiempo, pero no quiso. La gran mayoría le estamos agradecidos por todo lo que nos ha regalado con ese dolor a cuestas. Por eso es mayor la tristeza al comprobar la celeridad innecesaria con la que muchos están girando el foco a toda prisa para iluminar a otro chico de 19 años, que ojalá no acabe sepultado por tanta presión y tantas expectativas.
La fascinación por la novedad funciona como factor de crecimiento para el consumismo, pero no deberíamos confundir un Iphone con una persona. Esa obsesión por sustituir los ídolos nos lleva no solo a la precipitación, o la injusticia, sino a lo absurdo. Observamos cómo el cuerpo afligido de Nadal se inclina para sacar y asoma en primer plano su alopecia, que ya no es incipiente. El físico de Carlos Alcaraz es fibrado, explosivo, elástico, y el nacimiento del cuero cabelludo se acerca peligrosamente a sus cejas. Pero una marca de productos para el cuidado de la piel ficha al chaval de Murcia y en la imágenes publicitarias desaparece totalmente su severo acné juvenil.
Yo entiendo que el aficionado pase de la filosofía oriental, y se aferre a la ilusión y a los números. Pues bien, aunque suene aguafiestas, las posibilidades de que Alcaraz desarrolle una carrera profesional tan longeva y exitosa como la de Nadal son una entre un millón. Y no porque carezca de un talento físico y técnico descomunal, sino por la exigencia mental continuada de un deporte que viene devorando genios precoces a la misma velocidad con que hoy se desplaza Alcaraz en la pista.
Los granos no caben en el Olimpo de los dioses. El filósofo británico Edmund Burke elevaba lo terso a rasgo esencial de la belleza. En su concepto de lo sublime no cabían las imperfecciones, las grietas ni las cicatrices, aunque se bañen en oro. Tres siglos después parece que este es el canon estético que hemos asumido para teléfonos, coches e ídolos del deporte. Burke murió a los 68 años como un héroe nacional, reconocida su talla moral e intelectual incluso por sus más acérrimos adversarios. Un joven poeta Wordsworth glosó sus últimos días describiendo a un hombre “viejo pero vigoroso, alzándose como un roble”. Así son y serán los últimos días de Rafael Nadal como tenista.