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Tu aire, mi aire

viernes 22 de mayo de 2020, 09:32h

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"Finalmente, nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos valoramos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales."

Este párrafo forma parte de la alocución pronunciada por John F. Kennedy ante los estudiantes de la American University de Washington DC en la ceremonia de clausura del curso académico, el 10 de junio de 1963. Ha pasado a la historia como el hito a partir del cual comenzó a finiquitarse la llamada Guerra Fría con la URSS y se dio paso a la época que conocimos como 'coexistencia pacífica'. Fue, sin duda, uno de los más trascendentales discursos del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, aunque, como todos sus parlamentos más conocidos, hubiera sido escrito en realidad por su asesor de confianza, Ted Sorensen.

La coexistencia supone, pues, asumir el hecho de que compartimos el mismo aire. Nunca como ahora hemos sido tan conscientes de hasta qué punto.

Los humanos somos seres sociales. Desde hace millones de años convivimos en grupos cuyos individuos mantienen un estrecho contacto físico, como hacen casi todos los primates. Cualquier intento de encapsularnos supone, pues, la negación de nuestra esencia más íntima, tanto que incluso ninguna otra especie demuestra su afecto compartiendo el aire, uniendo bocas y respirando el uno en el otro.

Los expertos científicos nos previenen estos días del uso obligatorio de las mascarillas para protegernos del aliento del semejante a fin de evitar el contagio masivo por coronavirus. Casi todos conocemos ya el porcentaje de partículas exhaladas que podrían penetrar en nuestro organismo si no empleásemos los medios profilácticos adecuados, si no mantuviéramos la 'distancia de seguridad'.

En lo que pocos habíamos reparado es en que nuestra vulnerabilidad radica justamente en la inherencia aérea del ser humano. Compartimos el aire sin ser conscientes de ello, quizás porque, como cantaba Mecano, es solo oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definida, ni color. Acudimos a espectáculos de masas, viajamos en transportes colectivos, nos hacinamos en bares de copas; y, en todas esas ocasiones, respiramos inconscientemente las moléculas que solo un instante antes han viajado por el interior de los alveolos pulmonares de nuestro anónimo vecino.

La asepsia aérea no es por completo extraña y, aunque la moral hoy dominante considere la cercanía física como algo impuro e invasivo de la intimidad, ese es justamente el rasgo que nos define y diferencia del resto de los animales. Por este motivo, el aislamiento y la soledad erosionan tan gravemente nuestra salud mental y provocan que busquemos desesperadamente acercarnos a los demás. Porque, en su guerra fría contra la razón, el instinto acaba siempre saliendo vencedor.

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