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Adiós gélido

domingo 11 de mayo de 2014, 10:30h

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Me satisface mucho poder decir que durante todos los años de su presidencia de la CAEB mi relación personal con Josep Oliver siempre han sido más que profesional, más que cordial; eso sí, cada uno desde la responsabilidad de su cargo. Son muchos ya los que han subrayado la caballerosidad sin límite de Josep Oliver. Me sumo a tal afirmación.

En los últimos tiempos, he mostrado públicamente mi desacuerdo con algunas cosas que se han hecho -y sobretodo las que no se han hecho- en la CAEB durante su mandato. A pesar de ello, el trato con Oliver ha sido el mismo. Pienso, además, que el relevo era más que necesario y no sólo por su avanzada edad.

Pero por muy de acuerdo que pueda estar con el relevo, el acto de esta semana con el que CAEB quería airear a los cuatro vientos que Oliver ya no está y que quien está ahora es Carmen Planas, me contagió tanta frialdad que me dejó helado.

Vino el presidente de la CEOE, Joan Rosell, a arropar a Planas. Los hoteleros hicieron muy evidente su posición de "mando en plaza", todas las autoridades, más de 300 empresarios asociados. "Hi havia tothom". Oliver también.

La convocatoria del acto tenía como titular la entrega de la medalla de oro de la entidad a Josep Oliver. Le dieron el pin de oro que, por cierto, es el mismo, que ya tienen incluso los vicepresidentes que han pasado por la organización patronal.

Oliver pronunció un discurso (sin papeles) más corto de lo que es habitual en él, lo cual agradecimos todos los presentes. Al final, mientras sonaban los aplausos, dos personas le quisieron homenajear poniéndose en pie mientras aplaudían. Han sido décadas presidiendo la CAEB. Sin embargo, nadie más en toda la sala secundó esa iniciativa espontánea de ponerse en pie. Los dos atrevidos se sentaron enseguida.

En el salón de actos del hotel (de Escarrer, claro) en el que se celebraba el acto, bajó la temperatura 15 grados de repente. Como si una corriente ártica hubiera atravesado el salón de actos. Seguramente, Oliver fue el que se quedó más frío.

Ya sé que alguno de ustedes (seguramente asistente al mismo acto) me dirá que estoy cogiendo el rábano por las hojas y que me he quedado con una anécdota. Si piensa eso, le diré que yo no soy de los que se ponen a aplaudir de pie ni en la ópera ni en el teatro por iniciativa propia. Me dejo llevar, como la mayoría.

Los 300 asistentes a la despedida de Oliver se negaron a dejarse llevar.
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