Sin entrar en un análisis profundo de la situación política catalana, verdaderamente delicada y de gran riesgo para el conjunto del país, las elecciones que tuvieron lugar ayer me aportan tres conclusiones, algo ligeras, pero de visualización inmediata. Primera, que yo, que no domino las claves que orientan al electorado catalán, tal vez sería capaz de obtener mejores resultados al frente del PSC o de ERC que Montilla (perdió más del 30 por ciento de los votos, unos 200 mil) o Puigcercós (sus apoyos cayeron un 50 por ciento, otros 200 mil votos), por mucho que estos dos vayan de expertos, nos aleccionen sobre cómo escuchan al votante y se arroguen la capacidad de interpretar el sentir popular. Segunda, que ahora debemos esperar a ver cómo alguien se desdice de lo que ha proclamado solemnemente en la campaña: o bien CiU pacta con ERC (pese a que nos perjuró que con estos no había nada que hacer); o bien con el PP (con el que cual dijo, incluso ante notario -si bien no en estas elecciones- que nunca pactaría) o como última alternativa, y más surrealista pero tal vez por eso la más coherente, con el PSC, que sería lo más cercano en el confuso panorama ideológico catalán. Y, tercera, que el electorado está tan desorientado, por decirlo con palabras presentables, que llega a votar de forma muy importante a una persona como Joan Laporta, que se ha aprovechado sin ningún rubor de un cargo no político para hacerse un hueco. Nada muy alentador, como tampoco lo había sido la campaña y como promete que será la siguiente legislatura.
