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Tiempo de pasiones

Por Francisco Gilet
miércoles 27 de junio de 2018, 03:00h

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De pronto, entre aplausos y lágrimas, Rajoy decidió que ya había habido suficiente política en su vida, que su familia consideraba que ya había dado más vida a la Moncloa que a su vivienda familiar e, insinuando un « es suficiente», abrió con su decisión un tiempo de pasiones y ansiedades. A ciencia cierta no se sabe por qué no lo hizo un jueves por la tarde y sí un lunes por la mañana. Pero, sea como sea, provocó con su medida una situación inusual en el PP; abandonar todos los cargos políticos y acabar con 28 años de sustitución en Santa Pola. Al cerrar la puerta tras de sí abrió siete ventanas para que intentasen penetrar por ellas el mismo número de candidatos a suplirle. Rajoy no imitó a su predecesor y ha dejado que sean los militantes quienes decidan quién deberá sustituirle. A decir verdad, si habló de una España diferente a la que él se encontró, también el PP que abandona no se parece en nada al PP que heredó de Aznar, coincidiendo con éste, en que es difícil reconocer al actual partido como un colectivo ideológico conservador, liberal, centrista y, para colmo, de derechas.

Y esa obra de demolición del partido «aznarista», ya arrancó en el congreso de Valencia, para morir, definitivamente, con la aprobación de los presupuestos de 2018, supuestamente salvadores de la legislatura. Ahora, abierto el período congresual, la expresión «centro derecha» retorna a los labios de algunos candidatos. Y lo utilizan con olvido de los incrementos fiscales, de los pactos con los nacionalistas, de la permanencia de las leyes sociales de Zapatero, de la inmutabilidad en sus altos cargos de ex ministras, del subterráneo consenso con la política antiterrorista de ZP, del incumplimiento de todos los puntos liberales del programa electoral, y, por encima de todo, coexistiendo con una total vacuidad de principios, fuera de aquellos que impulsaban o posibilitaban su mantenimiento en el poder, o sea el gobierno, costase lo que costase. El PP de Rajoy, de Soraya, de Mendez de Vigo, de Dastis, etc., ha convertido en realidad política la feliz frase de Groucho Marx, con una diferencia, no había principios para sustituir a los anteriores.

En tal tesitura, cinco hombres y dos mujeres, han aportado los avales suficientes para presentar candidatura. Tres de ellos, son simples auxiliares de vuelo, que se quedarán en tierra sin pasar los primeros filtros. Los otros cuatro deberán batallar para traspasar los cuartos de final y llegar a las semifinales. Uno de ellos, el sedicente cristiano demócrata, con yate de varios metros, es el candidato a la contra. En el fondo él sabe que no va a ganar, y, por lo tanto, no se presenta para ello, sino para que no gane su contrincante más acérrima, Soraya de Santamaría. Caso curioso el de esta política. Está tan vacía de ideología que únicamente es capaz de referirse a una aspiración; alcanzar el poder del gobierno. Ella, vicepresidenta, ha manejado a su antojo el mayor problema que tiene España, y lo ha hecho con tal nivel de fracaso, que resulta inconcebible, en lógica, que pretenda recuperar un poder que se ha perdido, precisamente, por su absoluto sentido de la eficiencia e idoneidad política. Ha pretendido que el trascendental problema de la unidad de España que se lo resolviesen los jueces, y el fracaso ha sido tan completo que, perdida la iniciativa, fue a remolque de un golpista y dejando que, el suplente, insulte a todos sus compatriotas. Y con tal bagaje de «éxitos» se pone de puntillas para alcanzar el voto de los militantes, que, según parece, acudirán en un escaso siete por ciento a depositar su voto. Y Maillo, gestor responsable del congreso, se ufana de ello, no interpretando que, de ser real tal porcentaje, significaría que la militancia pasa olímpicamente del proceso.

El trasfondo de todo ello no es sino el olvido, por parte de la cúpula popular, que el hombre es el camino hacia la victoria. Los principios, los valores son el instrumento para conquistar la voluntad del hombre que debe conducir a tal victoria. Nada debe anteponerse a ese hombre; un ser muchísimo más esencial que un simple votante, un simple contribuyente, un simple trabajador. Y el actual PP ha hecho todo lo contrario, con Soraya en la cima del gobierno popular; ha preferido al votante, en vez de al hombre con valores y principios. En lugar de colocar los valores en el pedestal de su política, ha escogido como diosa a la Moncloa, como adalid supremo de sus ambiciones. Y así sigue, reclamando que le den el poder sin adorno alguno, sin más motivación que desalojar al socialista del templo que ella adora. Y entretanto pretende que creamos en sus virtudes, el fuego amigo surge de sus filas, con la diana colocada en la espalda de quién ella entiende debe caer en tierra de nadie. Aunque, para hablar de todo ello tendremos que aguardar que trascurra otra semana.

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