Test de estrés
lunes 27 de octubre de 2014, 18:55h
Que tras un gigantesco rescate que pagaremos entre todos durante varias generaciones el sector financiero español haya superado las pruebas de estrés a las que se ha visto sometido debe ser considerado sin duda una buena noticia.
Nuestro sector financiero, con ventilación asistida y varias transfusiones de miles de millones de euros, parece que resiste y quizás, en breve, pueda dar sus primeros pasitos. Primero en la habitación del hospital y luego, poco a poco, volviendo a la normalidad y a su actividad, que no es otra que prestar dinero para que la gente pueda hacer cosas. A ser posible, cosas productivas y no especulaciones ruinosas.
Los que no tengo tan claro que superemos ninguna prueba de estrés somos los ciudadanos.
Al principio, cuando todo se vino abajo, estábamos en una no-crisis que apenas nos iba a rozar. Nuestra economía era de Champions y marcábamos paquete cual exhibicionista en gabardina. Sin embargo, nuestra gabardina estaba raída, apolillada. Y lo que había debajo era más para la risa que para la escandalera.
Año tras año sumábamos cientos de miles, millones de parados.
Año tras año incrementábamos en varios puntos los porcentajes de niños con hambre, de familias sin techo, de gente sin luz. Millones de pobres. Sin más. Sin paños calientes. Casi sin paños menores.
Todo lo que podía ir mal fue mal. El sector financiero, los mercados especulativos, el mercado laboral, la confianza, la esperanza, la ilusión…, todo se vino abajo como un castillo de naipes en mesa coja.
Toda caída se detiene en un punto. Hasta la destrucción más indescriptible tiende a apaciguarse, aunque deje a su paso los sueños rotos de toda una generación, los derechos pisoteados de otra, y la sensación de empezar de cero para la que a tanta gente le faltan las fuerzas.
Ahora, detenidos en un incierto punto de nuestro particular infierno económico, cuando parece que estamos en la estabilidad de la derrota final, sin nada más que perder, se nos insta a mirar hacia arriba. Allí arriba, nos gritan, allí arriba está la salida, y cada día estamos más cerca, nos venden.
La receta ha sido recortarnos. Derechos laborales conseguidos tras más de un siglo de trabajo han sido aplastados, aunque nos puede consolar que en su aplastamiento nuestros derechos no han muerto solos. Junto a ellos han caído nuestras prestaciones sociales, las promesas falsas, las burbujas en implosión y explosión, las caretas de los poderosos y sus pieles de cordero.
Tras el tratamiento al que nos han sometido, nos prometen la recuperación de la mano de la macroeconomía. Porque un balance del IBEX 35 con patatas hervidas es mejor que las patatas hervidas a palo seco. Y más si ni siquiera tienes para patatas, o para hervirlas. ¿Acaso somos menos pobres si los ricos son más ricos? No. Entre los pobres y los ricos existió un día una clase, llamada media, que la crisis ha volatilizado, quedando únicamente su sombra en el suelo, como la marca de un cuerpo tras una explosión nuclear. Y la sombra se traslada a los manuales de Historia que los afortunados del futuro podrán leer, si saben, siempre en colegios donde los pobres no molesten.
Mientras tanto, en este limbo de la falsa recuperación, los trabajadores pobres y los autónomos sin beneficios se suman a los jóvenes expatriados en la lucha patriótica contra el paro. No se descarta la esclavitud por deudas. Aunque parece que nadie lo llevará en su programa electoral, o al menos no hasta que el número de candidatos sea suficientemente desesperado.
Mejoramos, nos grita el barbudo timonel en nuestra particular balsa de la Medusa. Oh, capitán mi capitán, claman algunos de los que desprecian a Withman. Sin embargo, en esta navegación alrededor de la crisis, no hay nada para los remeros ni para los grumetes. Sobrevivir de las migajas ya es ser afortunado. La austeridad y la macroeconomía nos exigen no reclamar más de lo que sea posible darnos, aunque sea la nada más absoluta. No seamos radicales, no queramos emular a Brando en la Bounty. La democracia tras la crisis no es otra cosa que decidir hincar la rodilla antes de que te obliguen a arrodillarte.
Tras la batalla, los muertos son del mismo bando. Los que sangran son los que siempre sangraron. Ayer, hoy y siempre. Su sangre engrasa la máquina del sistema. Me la juego a que los dueños de la máquina se han forrado en estos años de desierto.
Ahora, somos la envidia de Europa porque seguimos respirando. Nos mantenemos en un frágil equilibrio con un leve hálito de sustento vital que depende de la deflación, de la inflación, de la bolsa, de la prima, del riesgo, de la marca España, de no ser ni muy listos ni querer estudiar mucho, caramba, que para entretener a los ricos no se necesita tanto, de no soñar ni aspirar, de renunciar a todo a cambio de nada. Somos la admiración de Europa porque por menos hace tres siglos y un poco se sacó la guillotina a pasear. Porque por menos cayeron gobiernos y sistemas. Por menos paso más. Pero no se estresen. El viento rola, y trae olor a miedo. ¿No lo notan?