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Tacones de aguja

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 23 de enero de 2021, 03:00h

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Si a un fetichista de los pies femeninos le preguntasen qué fue lo peor de los años setenta, muy posiblemente diría que lo peor de aquellos años fue la aparición de los zapatos de plataforma y la práctica desaparición de los tacones de aguja. Si esa misma pregunta se la hicieran a un economista, a un historiador o a un filósofo, seguramente su punto de vista sería algo distinto, pues muy posiblemente los tres citarían en torno a una veintena de hechos históricos negativos en principio quizás un poco más relevantes.

Personalmente, mi posición sobre este asunto sería, lo reconozco, esencialmente idéntica a la de ese posible fetichista irredento. Con él coincidiría también en su más que probable valoración positiva de los años ochenta, en que afortunadamente se volvieron a poner de moda los zapatos, las botas o las sandalias de tacón alto y fino. De hecho, desde aquellos felices y hoy ya algo lejanos años, rara ha sido además la temporada en que no han seguido estando de moda los tacones de aguja, los taconazos o los stilettos. En ese sentido, la mayoría de fetichistas llevamos ya cuatro décadas consecutivas viviendo algo muy parecido a la felicidad absoluta o, al menos, a una dicha muy reconfortante a nivel visual, táctil y sensorial.

Partiendo de la base empírica de que, seguramente, sea un poco más cómodo llevar zapatos planos o unas deportivas que tacones de hasta diez o doce centímetros de altura, muchas celebridades femeninas y también algunas amigas se declaran fans absolutas e incondicionales de ese tipo de calzado. Esencialmente, lo ensalzan o lo elogian por razones de estética, o de estilización, o de elegancia, o de seducción, o de empoderamiento, o de sensualidad, sin que ninguna de esas seis razones sea en absoluto excluyente de las demás o de otras que también pudieran llegar a tomarse en consideración.

Así, en determinadas circunstancias o en situaciones muy concretas, la combinación de tacones de aguja con prendas de vestir u objetos en donde estén presentes la seda, el metal o el cuero puede dar lugar a la vivencia de momentos en cierta forma aún más gozosos y placenteros, sobre todo si son compartidos y están además presididos por una absoluta complicidad. No es que uno lo sepa por experiencia personal, claro, sino sólo por lo que ha leído, ha imaginado, ha visto en el cine o le han contado.
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