Suárez, el elegido
martes 25 de marzo de 2014, 10:33h
Desde siempre he sido un gran aficionado a lo que antes se denominaba “constantes históricas” y que ahora se conoce como “ucronías”. Se trata, simplemente, de reflexionar sobre el pasado y observar la posibilidad de que los hechos acaecidos se hubieran desarrollado de otro modo distinto a lo que realmente sucedió.
Dos ejemplos transparentes responden a las preguntas: ¿qué geografía política existiría en Europa si Napoleón hubiera ganado a Wellington en Waterloo?, o bien ¿qué sería de nosotros en caso de que Estados Unidos no hubieran intervenido para frenar a Hitler?
Escribo estas líneas minutos después del fallecimiento de Adolfo Suárez. Mis primeras cavilaciones contemplan dos escenarios, el primero de los cuales plantea una indiscutible ucronía: ¿qué sería de España sin la presencia del presidente Suárez?
El 4 de julio de 1976, tras siete horas de deliberaciones, el llamado Consejo del Reino propuso al Rey Juan Carlos una terna con los nombres de tres personas, con el fin de que el monarca eligiera a uno de ellos como presidente del Gobierno, en sustitución del siniestro Carlos Arias Navarro.
Gregorio López Bravo (un tecnócrata, pilar del Opus Dei en el franquismo), Federico Silva Muñoz (feroz anticonstitucionalista y propulsor de una aberrante alianza entre Fraga Iribarne y Blas Piñar) y Adolfo Suárez González (falangista, ministro secretario general del Movimiento y director general de TVE) fueron los tres políticos trasladados a la lista confeccionada para que el Rey seleccionara a uno de ellos.
Pensar ahora que, si López Bravo o Silva Muñoz hubieran acabado en la Presidencia del Gobierno, España se hallaría sumergida en una situación de ruina política, es fácil. Pero apostar por un falangista bien parecido no era más que una elucubración psicodélica.
Y se la jugó, ¡vaya si se la jugó el jefe del Estado! Y acertó.
El apuesto Adolfo se quitó los disfraces (el carnaval se acabó en 1975) y transmutó sus frágiles ideas políticas en dos sentidos: común y de Estado. Y gestionó, con más política que los profesionales, con astucia –el muy pillo- y con una preclara visión de la Historia. El centrocampista ideal, fundamental para el reparto del juego.
El Monarca, en este caso, tuvo un gran olfato. Gracias.