El ensayo dirigido por el profesor Ramón Folch finaliza con algunas consideraciones sobre cómo gestionar y adaptarse a las transformaciones del medio, los retos y también las oportunidades que se van a plantear en el futuro cercano, así como las responsabilidades individuales y colectivas en la atenuación del avance del cambio climático y en la gestión de sus inexorables consecuencias.
Catorce años después, su análisis sigue siendo tanto o más válido y, por desgracia, se ha avanzado muy poco en la concreción de medidas para aminorar la velocidad del cambio y en la adopción de soluciones para adaptarnos a la nueva realidad ambiental. Hemos seguido incrementando el uso de combustibles fósiles, estamos emitiendo más gases de efecto invernadero y no parece que seamos capaces de tomar medidas contundentes para revertir dicho incremento, y tampoco estamos modificando nuestros hábitos de diseño urbanístico, política territorial y construcción de infraestructuras que nos han llevado a la situación actual.
Uno de los errores más graves que estamos cometiendo es el de planificar y construir infraestructuras con los mismos criterios de hace 50 o 70 años. Y, peor aun, reconstruir las que han sido dañadas o destruidas por fenómenos naturales, como riadas o temporales marinos, en el mismo lugar y con las mismas características, lo que implica que, con toda seguridad, volverán a ser golpeadas por la próxima riada o el próximo temporal.
Hay que dejar de construir infraestructuras de barrera en primera línea de mar: carreteras, vías férreas, paseos marítimos, edificios, etc. En según qué sitios se tendrán que construir estructuras de protección del litoral, como los diques holandeses, pero lo ideal es conservar los elementos de barrera naturales existentes, como los sistemas dunares y las zonas húmedas, que deberían incrementarse con territorios adyacentes actualmente degradados. Las carreteras y vías férreas de primera línea de costa deberían desaparecer y ser trasladadas hacia el interior.
Ante la segura disminución de las lluvias es imperativo implementar nuevas políticas hidrológicas. El máximo aprovechamiento del agua debe ser una prioridad absoluta. Construir sistemas de recogida, almacenamiento y saneamiento del agua de lluvia, así como de reutilización máxima de aguas residuales, mediante la incorporación a las depuradoras de tratamientos terciarios que produzcan agua regenerada. Se ha de optimizar al máximo el uso del agua en la agricultura por medio del uso de tecnologías, ya disponibles, para la utilización óptima del riego con el mínimo consumo hídrico posible. En casos extremos no debe ignorarse la desalación, pero como último recurso, dado su elevadísimo coste energético.
También la agricultura debe cambiar. No va a ser posible mantener los métodos, y muchas especies, de cultivo tradicionales en un escenario de incremento de temperaturas y disminución de recursos hídricos. Se deberán replantear los calendarios de plantación y cosecha, habrá que usar semillas y pantas más resistentes, abandonar algunas especies que deberán cultivar regiones más septentrionales, y mejorar la gestión del suelo, evitando, sobre todo, la erosión. Se debe tener en cuenta que puede haber grandes oportunidades en el cambio de cultivos. Se pueden introducir nuevas especies que hasta ahora eran 'tropicales', o cultivar viña y producir vino a gran altitud, como ya están haciendo en algunas zonas de los Pirineos, o alargar la temporada de cosecha de determinados cultivos que van bien con el calor.
También tendrán que cambiar las políticas de turismo y transporte. El turismo masivo es nefasto por el desmesurado consumo de energía y recursos, sobre todo agua, y la enorme huella de carbono que provoca. Se deberá diversificar y desestacionalizar las temporadas. Las estaciones de esquí que están a cotas bajas deberán cerrar debido a la falta de nieve. La producción de nieve artificial es absolutamente contraproducente, debido a que supone un enorme gasto energético y de agua.
Y en la energía está la clave principal. El desarrollo de políticas de mejora de distribución y eficiencia energética debe ir paralelo con el incremento del peso porcentual de las energías renovables y el abandono progresivo de las basadas en la quema de combustibles fósiles.
Todas estas consideraciones y recomendaciones están en un libro publicado hace catorce años, pero, en realidad, vienen de más atrás. La mayoría de ellas ya eran apuntadas por científicos y expertos en clima desde los años 80 y 90 del siglo pasado, y en estos momentos, año 2022, están más vigentes que nunca, por la sencilla razón de que se ha hecho muy poco para implementar políticas y aplicar soluciones, a pesar de que las diversas y sucesivas cumbres por el cambio climático han llegado a similares conclusiones y sugerencias.
No hay razones para el optimismo. Han caído las restricciones por la pandemia de Covid 19 y ha vuelto la locura del turismo masivo, con unos números que se acercan a los máximos de 2019, a pesar del contexto internacional de incerteza por el alza desbocada de los precios de los productos energéticos y la subsiguiente inflación disparada, que ha llegado a niveles no vistos en 30 años.
No parece que ni individual ni colectivamente estemos dispuestos a cambiar de modo significativo nuestros (malos) hábitos de vida, ni a renunciar a unas comodidades artificiales y artificiosas que nos están llevando al desastre climático.
Con toda seguridad, en unos años, suarem! (en realidad, ya estamos sudando).