Para aquellos que no lo sepan o no se hayan enterado, en los años sesenta del siglo pasado hubo un ministro del gobierno español de nombre Manuel Fraga Iribarne. Fraga, abreviando, fue uno de los más fieles lacayos de Francisco Franco; un auténtico payaso político, gallego culto y con memoria de elefante, que le vendió la moto al Caudillo con el fin de sacarle de encima a la gente cabreante del Opus Dei a cambio de modernizar España (es un decir) y montar la publicidad necesaria para equipararla, a España, a la comunidad occidental. Un auténtico Berlusconi de la época.
Fraga, don Manuel (a quien conocí íntimamente en una comida extensa en Barcelona; por lo tanto, sé de qué hablo), fue el responsable de dos iniciativas por lo menos curiosas. Una de ellas fue la creación -en plena dictadura- de la llamada nueva Ley de Prensa que consistía, básicamente, en traspasar las responsabilidades de la criminal censura estatal a cada uno de los periodistas o escritores que publicaban sus papeles, encuadernados o simplemente impresos. Quien publicaba no debía esperar las órdenes de la censura oficial: se atendía a sus consecuencias penales según los criterios del Estado, eso sí. ¡Manda huevos!
El segundo invento del farsante de Fraga fue un eslogan que hizo furor; en España, pero sobre todo en el resto del mundo, principalmente en la Europa occidental (cabe recordar que, en aquel momento, existía una Europa oriental, bajo el yugo comunista; el Telón de Acero, eufemísticamente hablando). El eslogan en cuestión era, fue, con la simplicidad propia de las mejores dictaduras, Spain is different. En el interior de las fronteras españolas este eslogan publicitario (que fue abundantemente prodigado como los ucases zaristas) produjo -en una parte importante de la población oriunda- estupor y vergüenza ajena. En cambio, en el resto del mundo civilizado, provocó las más significativas risotadas en cuanto no se podía dar crédito a que un estado dictatorial y cruel y encima atrasado publicitara su diferencia con los países democráticos. Doy fe de ello, ya que un servidor se encontraba en aquellos momentos en Bélgica y viví, de primera mano, la resonancia de aquellas carcajadas despiadadas. Cierto que la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial no tenía motivos para mofarse de una dictadura salvaje (aliada con Hitler y Mussolini) que no hizo nada, al contrario, para rescatarla. La Francia del Frente Popular del infausto presidente socialista Léon Blum encerró a los republicanos españoles exiliados en campos de concentración brutales en las playas del sur francés, custodiados (por decirlo débilmente) por los execrables ejemplares de la Guardia Senegalesa, auténticos caníbales coloniales de lo peor de la especie humana.
A lo que iba: Spain is different.
España ha sido siempre -desde las épocas más pretéritas- un estado chapuza. Larra sabía mucho de esto; y Valle Inclán más; y no hablemos de Quevedo; sin olvidar a Cervantes, Unamuno, Baroja o, si me apuran, Antonio Machado e incluso Lorca, gente, todos ellos, con unos puntos de sensibildad superior a la media nacional.
Por si fuera poco, por si no fuera suficiente el ridículo internacional (y el morro nacional) sobre los aeropuertos fantasmas, los “hilillos” del Prestige, las autopistas sin coches o los trenes de alta velocidad sin pasajeros (¡jodeeeeer!), ahora resulta que, en la España “modelna”, no saben ni construir submarinos. El Ministerio de Defensa encarga cuatro submarinos con el objetivo de defender la Patria bajo el agua. Se construyen y no flotan. Coño: ¿qué nos está pasando? Los alargan de eslora, diez metros, y “aluego” no caben en el puerto de Cartagena (su lugar de ubicación). El coste de esta brillante operación se convierte en el doble del presupuestado, cuatro mil millones de euracos en lugar de la mitad prevista: ¡olé, lo pagamos (incluso los que no nos consideramos españoles) a pachas!
Lo tengo muy claro: hay que huir de este estado churro, de este buñuelo, lo más rápidamente posible y esperar a que alguien (la Divina Providencia) le dé una capa de pintura. Yo quiero estar del lado de los civilizados, del lado de los inteligentes, del lado de los tiernos de espíritu, del lado de los normalizados intelectualmente.
Sic transit gloria mundi.
1- Y, mientras tanto, se complica el traslado del nefasto dictador fuera del criminal Valle de los Caídos. ¡Vergüenza! Los alemanes son más sensatos.