Lo peor no son las formas de épocas dictatoriales de unos ni el afán de ruptura de otros, lo peor serán los millones de damnificados que, una vez se baje el telón, se quedaran sin respuesta y sin “plan b”. Millones de personas que de una forma otra (siendo independentistas o no), sabrán a ciencia cierta que aunque ellos, quienes gobiernan, hayan dado por terminada la función (con pactos post-tensión generalizada), en realidad el problema subyace y lejos de haberle dado respuesta, continuará en mente de todos.
Porque en realidad, la idea de País con el que sueñan algunos (muchos de los votantes del SI), no es sino la expresión, el anhelo, de un País genéticamente distinto: un País en el que el reparto de la riqueza sea realmente equitativo; en el que los representantes de la ciudadanía gestionen el dinero de todos sin pensar en si mismos primero, en sus respectivos partidos en segundo lugar, y en las elecciones después; un País en el cuál no sentirse agraviado ni extraño; en definitiva, un País del que sentirse orgulloso.
A ese País en realidad quisiéramos pertenecer la mayoría (independentistas o no, repito), y en pos de esta quimera votamos cada cierto numero de años pensando que algún día vamos a conseguir acertar. En realidad el País soñado no existe. La corruptela política campa a sus anchas tanto allí como aquí, las presión de los grandes grupos de presión no amaina tras las fronteras y la claudicación se pega apenas se asoma al poder incluso, el más inocente entre los inocentes. Aunque el País se subdividiera en cien Países nadie podría garantizar que en alguno de ellos encontráramos al País soñado porque quienes gobiernan son personas, partidos políticos y el sistema continúa siendo el mismo.
Por eso creo que habrá damnificados en muchos sentidos: la peor parte se la llevaran los soñadores, los que luchan de corazón porque creen sinceramente en ese sueño.