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Socialismo y destrucción de la familia

Por Gabriel Le Senne
jueves 05 de diciembre de 2019, 01:00h

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“En febrero de 1972, un grupo de políticos suecos se reunió para definir una nueva visión de futuro. En el documento resultante, que llevaba por título “La familia del futuro. Una Política Familiar Socialista”, se concluyó que «ningún ciudadano debía ser dependiente de ningún otro», y que la meta era «crear una sociedad de individuos autónomos»: los cónyuges no debían depender económicamente uno del otro, los padres no debían depender de sus hijos en la vejez ni los hijos de los padres para educarse. (…) Las ideas del informe serían implementadas prácticamente de inmediato por el Estado de Bienestar. La familia dejó de ser reconocida como sujeto de derecho y la «liberación sexual» se convirtió en política de Estado.”

Así comienza “Estado de bienestar y destrucción de la familia”, un ensayo de José Ignacio del Castillo editado por el Centro Diego de Covarrubias y Unión Editorial, imprescindible para entender qué está pasando en la sociedad occidental y por qué.

El autor describe cómo en buena parte del mundo, empezando por Suecia, Reino Unido o Estados Unidos, desde hace casi seis décadas se ha puesto en marcha un proyecto encaminado a depositar en el “Estado de Bienestar” las funciones tradicionales de la familia. La forma de hacerlo no era otra que lo que Winston Churchill dio en denominar un «seguro obligatorio estatal para todas las clases sociales y para todas las contingencias de la cuna a la tumba». Se puso en práctica, apartado Churchill al finalizar la guerra, a partir de 1945. En EEUU desde 1964, con los llamados Great Society programs de Lyndon B. Johnson.

El autor enumera seis efectos y tendencias principales que pueden observarse ya en la sociedad, transcurridas casi seis décadas desde la puesta en marcha del “Estado de Bienestar” y la “liberación sexual” (lo que sigue son principalmente extractos del ensayo):

1) Las personas, lejos de convertirse en ciudadanos autónomos, acaban en un estado real de aislamiento y de dependencia mayor, siendo en muchos casos incapaces de sostener relaciones afectivas estables. En el caso de Suecia, donde han sufrido mayor ingeniería social, más del 50% de la población vive sola, más del doble que en España.

2) Monoparentalidad: la crianza y educación de los hijos se lleva a cabo crecientemente por progenitores solteros o divorciados. Las implicaciones para los hijos —y padres— son enormes en términos de cuidado y bienestar psicológico, atención y vigilancia, formación académica y humana, modelos y ejemplos, etc.

3) Pobreza: la ruptura del hogar y del vínculo familiar resulta un acontecimiento traumático en un gran número de ocasiones. Para la pareja, al estrés del hecho —que en no pocas ocasiones deriva en depresión u otras patologías— y a la sensación de pérdida o abandono emocional, se suman factores como la multiplicación de gastos en vivienda, calefacción, electricidad, alimentación o transporte, que ahora no se pueden compartir.

4) Maltrato infantil: la multiplicación de compañeros eleva el riesgo de abusos hasta en más de treinta veces. El interés por un niño o adolescente que no es propio, y al que se ve como obstáculo para una nueva relación, será a menudo nulo. Ahí tenemos, en España, el caso de Gabriel Cruz.

5) Conflicto entre sexos: violencia asociada a la promiscuidad, los celos y las adicciones. Deshumanización de unas relaciones en las que el otro es visto como un objeto para el propio consumo.

6) Estatismo, gasto público y burocratización: en un auténtico círculo vicioso, las deficiencias estructurales de la familia monoparental generan demanda de ayudas públicas para aliviar algunos de los síntomas más graves. A la vez estas ayudas funcionan como perverso incentivo para la disfuncionalidad, que acaba siendo subvencionada voluntaria o involuntariamente. Los progenitores, sobrepasados por la situación en muchos casos, o crecientemente irresponsables en otros, delegan sus tareas en la asistencia social y la burocracia, que engullen cada vez más recursos públicos.

En conclusión, dice José Ignacio del Castillo, “lo que el comunismo logró con grandes dificultades y desproporcionada violencia —arrebatar a los padres la potestad sobre los hijos, debilitar a la familia como núcleo central de lealtad de la persona, someter al individuo a la situación de abyecta dependencia del Estado— parece estar en camino de lograrlo de forma apacible la socialdemocracia redistribuidora en combinación con la continua erosión de las viejas costumbres.”

“Un proceso de servidumbre voluntaria al que van acogiéndose amplias capas de la población sin especial resistencia. (…) La persona acepta gozosa someterse a la servidumbre gubernamental, socavando irremediablemente cuantos lazos personales pudiera llegar a formar de forma responsable. (…) Una sociedad sin más horizonte temporal que una generación y en que el consumo del capital social empieza por la cultura y acaba por la demografía.”

Léanlo si pueden, porque el original, de apenas sesenta páginas, es mucho mejor que este resumen, y se trata del principal problema al que nos enfrentamos.
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