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Sobre cartas colectivas de intelectuales

martes 22 de octubre de 2024, 02:00h

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Este domingo publicaba El País un artículo de opinión de Pau Luque Sánchez titulado: “Contra las cartas colectivas de intelectuales”. Reconozco que nunca antes había leído nada de este autor, filósofo, nacido en Barcelona, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Aunque, al parecer, escribe artículos en el citado diario con alguna frecuencia, no leo ninguno de los periódicos de gran tirada cada día, ya que el sectarismo imperante en todos ellos, en unos más que en otros, hace indigesta su lectura continuada, así que he optado por ir leyéndolos de forma alternativa y aleatoria y no cada día, por lo que no se había dado la coincidencia de que leyera el rotativo donde él publica coincidiendo con la aparición de una de sus crónicas. Tiene algunos libros publicados y pienso leer alguno, o un par, de ellos, a fin de formarme una opinión acerca de su pensamiento expresado.

En el artículo aludido el autor se manifiesta, como el título indica de forma explícita, contrario a las cartas colectivas de intelectuales, también de académicos o artistas, aunque bien es verdad que éstos no dejan de ser parte del mismo grupo.

La tesis del artículo, si lo he entendido bien, viene a ser que los intelectuales incumplen su papel en la sociedad con las cartas colectivas, que vendrían a ser una expresión de un sentimiento de superioridad, de considerar que: “su opinión sobre un asunto de interés general tiene más valor que la de los jardineros, los maestros de escuela o los contables. Actúan como gremio por esa mezcla neurótica que los (nos) caracteriza de arrogancia, autoimportancia y soberbia”.

Continúa Luque afirmando que con los manifiestos colectivos los intelectuales traicionan su verdadera función en la sociedad, que es, debería ser según el autor: “contribuir a fortalecer la sociedad civil a través de su singular, soberana y libérrima voz de disensión”. Y concluye: “cuando un intelectual renuncia a la singularidad de la crítica para convertirse en un ‘abajo firmante’ por compromiso gremial, está faltando –disculpen la solemnidad- a sus obligaciones civiles. La cofradía de los intelectuales es elitismo destilado y, de propina, gasolina para el antintelectualismo.

Como intelectual, dentro de mi modestia, que en contadísimas ocasiones he firmado cartas colectivas a las que he sido invitado a participar y que, por tanto, soy reacio a este tipo de manifestaciones, debo decir que discrepo parcialmente de la tesis de Luque.

Sin duda que algo de arrogancia, o quizás petulancia o esnobismo, hay en la predisposición de muchos intelectuales a firmar cartas colectivas, pero también hay una auténtica preocupación por los asuntos de interés general de que trate cada carta en concreto. Tampoco es cierto que, al menos todos ellos, piensen que su opinión sea de más valor que la de los jardineros, maestros de escuela o contables. Por cierto, también podría considerarse una posición de arrogancia por parte de Luque que no conceda que los jardineros, contables y, sobre todo, los maestros de escuela no puedan ser también intelectuales. Ser un intelectual no viene definido por la titulación académica, o la actividad laboral, sino por la dimensión del uso que cada quien haga de su intelecto.

Coincido en que la función del intelectual, en especial del académico, es la disensión, por utilizar su propia palabra, individual, pero también es cierto que las voces individuales no suelen llegar más allá de un muy limitado ámbito de proximidad especializada. Ni siquiera los que disponen de tribunas de amplia difusión, como es en su caso el diario El País, suelen conseguir un impacto mínimamente significativo sobre la opinión pública, al fin y al cabo el respeto por los intelectuales entre la ciudadanía en general es escaso, incluso entre los propios intelectuales. El argumento, que él mismo invalida de que la mayor visibilidad que se consigue como grupo “abajo firmante” justificaría las cartas colectivas, no es del todo nulo. Un manifiesto conjunto puede en un momento determinado y para un asunto de suficiente importancia tener más impacto que si todos los “abajo firmantes” publicaran sus opiniones a título individual diseminadas por multitud de medios de comunicación y redes sociales.

Ahora bien, sí estoy de acuerdo en que la proliferación de cartas y manifiestos colectivos de intelectuales resulta, en último término, contraproducente, puesto que satura a los ciudadanos que, en efecto, pueden acabar considerando que responden a una arrogancia elitista autocomplaciente (en lo que puede haber parte de razón) y conduce, como indica Luque, al desprestigio y al antintelectualismo.

En resumen, considero que Luque tiene un gran parte de razón en su artículo, sobre todo en referencia a la excesiva proliferación de cartas colectivas de intelectuales y en cuanto al esnobismo elitista que aqueja a muchos académicos y artistas, pero no en su crítica absoluta a todos los manifiestos conjuntos, que deberían, eso sí, limitarse al estricto mínimo necesario y conveniente y tampoco debería olvidar que la idea del intelectual aislado en su tarea individual de disensión, de discordia en la sociedad, también encierra en sí misma una elevada dosis de petulancia elitista no exenta de arrogancia.

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