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Sin Justicia

Por Francisco Gilet
miércoles 10 de febrero de 2021, 05:00h

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“Un Gobierno sin justicia se convierte en una banda de ladrones”. Aún sin ser creyente, no es difícil llegar al trasfondo de esa frase de san Agustín, no por antigua menos actual. Y ya no se trata del ladrón común, del chorizo, del lazarillo que echa mano del baúl del señor cura y le hurta sus panes. No, nos hallamos ante algo más profundo. Los hechos, las palabras nos hablan de otros “panes” que se nos están robando. Sin rebozo alguno y ante una bovina docilidad del pueblo.

En silencio un cuartel es trasferido a una institución vasca para, posteriormente, declararse non grata a una agrupación militar, la UME, especialista en labores de emergencia, dentro de un trozo del territorio nacional. Es decir, el Ejército no puede pisar territorio vasco porque Bildu así lo exige para entregar su voto. En otras palabras, el gobierno “roba” al ejército español, representado por la UME, una parte del territorio nacional.

Un decreto, también mercantilizado, es el medio utilizado por el gobierno para robar la propiedad privada a todo aquel que sufra el azote del “escudo social”, viendo como su vivienda es invadida, solemnemente, por unos ocupas. Nada podrá alegarse si se reúnen las condiciones implantadas en ese Decreto; gritar, llorar, patalear. Nada, soportar que los comunistas, enemigos de la propiedad ajena, impongan su ley. El gobierno acaba de robarnos la propiedad como derecho.

Tácito ― historiador romano ― clamaba que “a un desierto le llamaban paz”, y a ella nos la están robando. Ya no se trata de entender, de aceptar el desastre de gestión de la pandemia o de las vacunas, sino de intuir el desierto de desasosiego que se aproxima. Se han convocado unas elecciones catalanas en plena era de contagios, de riesgos que son vislumbrados por más de 25.000 ciudadanos que reniegan acudir a formar parte de las mesas electorales, de embutirse en un traje anti-contagios, sin estar dispuestos a ser contagiados por un virus de origen desconocido. Sin embargo, ni gobierno social comunista ni independentista tienen los redaños suficientes para aplazar unos comicios, planteados no para que el pueblo vote, sino para conformar coaliciones, cambalaches gubernamentales a conveniencia y ambición personal. Es decir, nos están robando la democracia.

La U.E., de pronto, sorprende al gobierno comunista y proclama que el derecho a la educación de los hijos pertenece a los padres, no al Estado. Y además, recalca que tal derecho puede sustentarse en los valores y principios surgidos de cada unidad familiar. Pero la ministra Celáa no se inmuta. Ella, que responsabilizó la educación de sus hijas a unas monjas católicas, no retrocede ni un ápice. Emula a Stalin cuando gritaba a sus comisarios “ni un paso atrás”, que de eso se trata; de robar a los padres el derecho a educar a sus hijos. Otro robo más.

Y a esos “hijos”, “nietos”, a futuras generaciones, se les está robando el fruto de sus esfuerzos. Cientos de miles de millones de deuda se están creando por el comunista gobierno, sin que se adivine incentivo alguno para crear la suficiente riqueza, mediante el trabajo o el libre mercado, para sanar, sin impuestos, al estilo alemán, esa impresionante deuda. Están robando el futuro a millones de jóvenes españoles imponiendoles el pago de una malgastada deuda.

Siempre hay alguien que desea cumplir con la “emulación socialista” implantada en los planes quinquenales del padrecito Josef. Y ahí está la Montero, la que paga a sus niñeras con cargos o dineros públicos, compitiendo con las feministas de toda la vida. Están que se tiran de los moños, mientras los padres (genérico) contemplan, expectantes, el implantado derecho de que los trans, los “mutantes genéricos” campen a sus anchas en vestuarios, baños, spas, clases, deportes, sin que puedan elevar ni una queja por esa intromisión en la intimidad de sus hijos e hijas. Se trata de “competir” con las caducas feministas acerca de la inexistencia de gametos, de óvulos, y de implantar que todo el mundo puede ser lo que desea ser, aunque no deje de ser lo que es. Y si acaso se le ocurre a un psicólogo o médico de familia dar una opción de cambio, pena y sanción al Gulag homófobo. Es decir, están a una votación de robarnos el derecho de ser lo que somos y de no tener que soportar lo que dicen ser, “tránsfugas del sexo”.

Llegamos a Marlasca, quién, soterradamente y con el aplauso del líder Sánchez y el trueque con Otegi, va soltando semanalmente etarras y mandándoles a dos manzanas de su casa familiar. No tiene en cuenta ni sentencias por asesinato, ni ausencia de arrepentimiento ni el sentimiento dolorido de las víctimas. Estamos presenciando como se intercambian años de cárcel por votos en el Congreso. Con ese indecente trueque, obviando la justicia, sorteando la ley, se nos está robando la dignidad de España.

El arte sin ciencia se dice, no es arte. La política sin alma no es política es totalitarismo. Y ello lo estamos sufriendo; se esconden muertos, se ocultan sueldos, se niegan informes, se rechazan comparecencias, se disimulan contratos, se encubren fraudes, se tergiversa la historia, se imponen silencios, se establecen aislamientos, se vitupera al adversario y se vislumbran en el horizonte aquellas “camisas negras” ahítos de sabotajes y apedreos. Para ellos, para los Largo Caballero, los Vayo, los Prieto, los Negrín reencarnados, “los otros” somos sus enemigos, seres humanos “malnacidos” que aspiran a ser libres, a ser respetados en sus principios, a no ser odiados, a ser hombres y mujeres amantes del trabajo, de la propiedad privada, del derecho a vivir, de sentirse seguros en justicia, de no ser manipulados, de rezar o no rezar, de no ver tumbadas cruces y levantadas fosas, de la historia verdadera, de las costumbres y hasta de aquellas leyes justas que nos dimos un cercano pasado y que, ahora, nos están robando.

Todo ello, justicia, dignidad, derecho, no es sino el “alma” de la política, sustituida por el puro mercadeo. Hemos mutado el “España nos roba” por “Nos roban España”.

Ciertamente, san Agustin, siglo IV, ignorante del comunismo, dio en el clavo; lo inaudito es que hoy, siglo XXI, su denuncia sea una realidad.

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