Silencio...

Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos. Tu desconfianza me inquieta y tu silencio me ofende. ¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!. Son miles las frases que existen en contra del silencio. Algunas de ellas de autores como Martin Luther King, Miguel de Unamuno o Santa Catalina de Siena. Sin embargo, esta semana quiero abogar por el silencio.

Vivimos en un mundo hiper conectado:  smartphone, ordenador, y los clásicos televisión, prensa o radio. Los medios son cada vez más. La información vuela a toda velocidad sin que seamos capaces de detenerla, leerla, o degustarla.

Contrariamente a lo que se puede pensar, las diferencias de una cultura a otra se notan incluso en el valor que se le da al silencio. En occidente lo predominante es el uso de la comunicación verbal. Para un elevado número de personas, el silencio es intolerable. Resulta incómodo y sin sentido. En el ámbito jurídico el silencio es negativo para víctimas o testigos. La palabra es el único medio para dotar de credibilidad.

A diferencia nuestra, en la cultura japonesa se valora el silencio, predomina transmitir mensajes sin necesidad de entrar en largos y aburridos discursos o lo que es peor, en un ruido incesante de palabras inconexas. Así, los japoneses valoran a las personas que hablan poco y se comunican con hechos.  Por otra parte, en la religión budista se predica “Hay una comunicación auténtica cuando alguien se expresa sin tener que utilizar la boca y  escucha sin tener que usar la oreja”. El silencio se convierte en la forma de comunicación significativa.

En estos tiempos de crispación constante, quizás un poco de silencio vendría bien. En momentos donde flechas invisibles cruzan a la sociedad, bien merecemos un descanso. No hablo del silencio que juzga, ni tampoco el distante o neutro que se mantiene alejado de todo. No, solo de ese que da tranquilidad y descanso mental, emocional, ese silencio lleno de respeto y compasión por todo, ese que absorbe cuál esponja la crispación, la agresividad gratuita, el desazón o el desprecio.
Un similar planteamiento, ha realizado el chef Nick Nauman, quien en su restaurante de Nueva York “Eat” impone una nueva tendencia, comer una vez al mes en absoluto silencio. Inmediatamente viene a la cabeza de los comensales escenas de monasterios y órdenes religiosas que promulgan el voto de silencio. Pero Nauman va más allá, no solo desea proporcionar tranquilidad al comensal, además considera que el silencio promueve la concentración en una actividad placentera, se trata de degustar con los cinco sentidos, disfrutar al cien por cien la experiencia de cada plato, vivir en conciencia cada alimento.
Una cena en el restaurante de Nick Nauman, dura 90 minutos, y si alguna persona rompe el apreciado silencio, es llevada fuera del recinto inmediatamente. Dicen sus comensales que la “energía” es palpable y el chef se siente cada vez más motivado a ser creativo en sus platos, ya que la apreciación de los mismos es más elevada desde que su restaurante permanece en silencio.

Moda o tendencia, lo cierto es que de vez en cuando no debe ser malo guardar silencio, igual que se purifica el cuerpo con el ayuno, purificar la mente con el silencio, puede resultar muy beneficioso. Ya lo dice el refrán La palabra es plata y el silencio es oro.

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