El ser humano es capaz de lo mejor pero también de lo peor. A los comportamientos y actitudes más nobles y heroicas que estos días se ponen de manifiesto en innumerables casos, también se observan episodios lamentables protagonizados por conciudadanos que no acaban de ser conscientes de la situación excepcional y dramática por la que atraviesa el país.
Es fácil dejarse llevar por las emociones negativas y como solemos hacer en circunstancias normales, buscar culpables de lo que nos está pasando. Pero estamos ante una calamidad pública, una desgracia de la que no está a salvo ningún país, como estamos viendo. Magnificamos el poder destructivo de nuestros gobernantes y quizás, solo quizás, quepa la posibilidad de que todos hayamos cometido el mismo error: ser arrogantes y minusvalorar el riesgo que suponía el coronavirus.
Todos nos reíamos de lo que sucedía en China e incluso nos tomamos a broma que los organizadores del Mobile World Congress de Barcelona decidiesen suspender la edición de este año. Nos pareció fuera de lugar y lo atribuimos a intereses espúreos, no a una genuina medida de protección a la ciudadanía. Nos equivocamos. Pero aún así seguimos buscando responsables a quienes endosar el origen de nuestros males, incluso ahora que de poco sirve porque los esfuerzos de todo el país y de cada ciudadano deben centrarse en protegerse del Covid-19 quedándose en casa y cumpliendo con las medidas de confinamiento establecidas por las autoridades.
Así, no es raro que en este contexto de culpabilización general y de atribución de responsabilidades poco rigurosa y hecha tan a la ligera, azuzada por los hooligans de los distintos partidos políticos en las redes sociales, haya surgido una legión de 'policías de balcón', dispuestos a condenar a todo aquel que vean pisar la calle, sin tener la menor idea de las razones que les llevan a, en primer lugar, ponerse en riesgo a sí mismos.
Hay gente a la que no le queda más remedio que llevar la comida a sus padres o familiares dependientes o con alguna discapacidad, que en este país son muchos miles. Los hay que deben ir a trabajar y gracias a Dios que lo hacen, para que a los demás no nos falten alimentos, medicinas o asistencia sanitaria, por poner algunos ejemplos. También los hay que por razones de salud deben salir a pasear, como los autistas, porque de otro modo el confinamiento se haría imposible.
Aquellos que tan alegremente increpan a sus convecinos y encima, cuelgan vídeos comportándose como auténticos energúmenos, identificando a todo el que ven en la calle como un criminal abyecto al que hay que denunciar, debemos decirles que no juzguen tan alegremente a nadie. Y que si se quedan en su casa como está establecido, allí están seguros y a salvo. Aparquen su vocación frustrada de policías y chivatos, que en estos momentos no sirve para otra cosa que para equivocarse en la mayoría de ocasiones. Serénense, que esto va para largo, lamentablemente.